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La ciudad de Dios

¦ i LA CIUDAD DE DIOS 207 ra cosa, sin haber conjunción de macho y hembra, y despues se vienen a juntar y engendrar, como son las moscas; y otros en quienes no hay macho y hembra, como son las abejas. Pero aquellos en quienes hay macho y hembra, y con todo no engendran, como son los mulos y las mulas, maravilla fuera que se hallaran allí, bastando que estuvieran sus padres, es á saber, la especie del caballo y del asno; y lo mismo puede decirse de algunos otros que con la mezcla de diferentes especies procrean otra, aunque si esto importaba para el misterio, allí se hallarían, porque también esta especie tiene macho y hembra.

Preguntan además algunos respecto de los manjares que allí podían tener los animales que se sabe que no se sustentan sino de carne, si además del número de—terminado hubo allí algunos otros sin quebrantar el mandato, á los cuales obligase á encerrar allí la necesidad de mantener á los otros, ó lo que es más verosimil, si, fuera de las carnes, pudo haber algunos alimentos que conviniesen para todos: porque conocemos muchos animales que se sustentan de carne, que comen legumbres y frutas, y principalmente higos y castañas. ¿Qué maravilla, pues, si aquel varón sabio, justo y además instruido por Dios de lo que necesitaba cada uno, aprestó y guardó para cada especie, además de las carnes, el nutrimento acomodado que le convenía? ¿Y qué cosa no les haría comer el hambre? ¿O qué pudo hacer Dios que no les fuese suave y saludable, pudiendo por divino privilegio concederles que vivieran sin comer, si no conviniera también que comieran para el cumplimiende la figura de tan grande misterio? No cabe, pues, dudar, como no sea por terquedad, que tantas y tan diversas señales de sucesos acaecidos no sirvan para figurarnos la Iglesia; porque ya las gentes de tal suerte la han poblado y propagado, y los limpios y los inmun-