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La ciudad de Dios

vamos viviendo lo desfalcamos del espacio de la vida, y cada día se va disminuyendo más y más lo que resta; de manera que no viene á ser otra cosa el tiempo de esta vida que una precipitada carrera á la muerte, donde á ninguno se permite ni parar un sólo instante, ni caminar con paso alguno más tardo, sino que á todos los lleva un igual movimiento; ni les obligan á que caminen con diferente paso, porque el que tuvo vida más breve no pasó más apriesa sus días que el que la disfrutó más larga, sino que, como al uno y al otro les fuerou arrebatando igualmente unos mismos momentos, el uno tuvo más cerca y el otro más distante el término adonde ambos corrían con una misma velocidad; y una cosa es el haber andado más camino y otra el haber caminado con paso más lento. Así que, el que consume más dilatados espacios de tiempo hasta llegar á la muerte, no camina más lentamente, sino que anda más camino; y si desde aquella hora principia cada uno á morir, esto es, á estar en la muerte desde que comenzó en él á hacerse la misma muerte, es decir, desde que empezó á desfalcársele la vida, porque en concluyendo de desfalcarla estará ya después de la muerte, y no en la muerte, sin duda que desde la hora que comienza á estar en este cuerpo está en la muerte; porque ¿qué otra cosa se hace todos los días, horas y momentos, hasta que, consumida aquella muerte que se iba fabricando, se cumpla y acabe, y principle ya á ser después de la muerte el tiempo, que cuando ya se iba desfalcando la vida estaba en la muerte? Luego nunca se halla el hombre en la vida desde la hora que está en el cuerpo, y aun le podemos decir más muerto que vivo, Bupuesto que juntamente no puede estar en la vida y en la muerte. ¿O acaso diremos que antes está juntamente en la vida y en la muerte; en la vida porque vive hasta que se le desfalque toda, y en la muerte porque ya mue-