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San Agustín

Hablemos, pues, conforme al uso y á la costumbre, porque no es razón que hablemos de otro modo, y digamos antes de la muerte primero que suceda la muerte, como lo dice la sagrada Escritura: Antes de la muer!

te (1) no alabes á ningún hombre». Digamos también cuando sucediere: después de la muerte de fulano ó de, zutano, sucedió ésto ó aquéllo; digamos también del tiempo presente como pudiéremos, así como cuando decimos: muriendo fulano hizo testamento, y muriendo dejó ésto y aquéllo á fulano y á zutano, aunque esto enninguna manera lo pudo hacer nadie sino viviendo, y lo hizo antes de la muerte, y no en la muerte. Raciocinemos también, como lo hace la Escritura, que sin escrúpulo alguno llama también muertos, no á los que se llaman después de la muerte, sino en la muerte, y así dice el real Profeta (2): «Porque en la muerte no hay quien se acuerde de ti». Pues hasta que vivan y resuciten se dice muy bien que están en la muerte, como decimos que está uno metido en el sueño hasta que despierta, aunque á los que están en el sueño decimos que están durmiendo; con todo, no podemos decir del mismo modo á los que ya han muerto que están muriendo, porque no mueren todavía los que, cuanto á la muerte del cuerpo, de que tratamos ahora, están ya separados de los cuerpos, sino que esto es lo que dije que no se podía explicar con palabras; ¿cómo á los que mueren decimos que viven, ó cómo á los que ya han muerto, aun después de la muerte todavía decimos que están en la muerte? Porque ¿cómo se hallan después de la muerte, si aun están en la muerte, principalmente no pudiendo decir que están muriendo? Como á los que (1) Eclesiást., cap. II. Ante mortem ne laudes hominem quemquam.

(2) Salmo 8. Quoniams non est in morte, qui memor sit tui.