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La ciudad de Dios

quedando ya de estos cuatrocientos treinta, cuatrocientos cinco, á los cuales quiso Dios llamar cuatrocientos. Lo demás que sigue en las palabras proféticas de Dios, nadie dudará que pertenecen al pueblo israelita, y lo que se añade: «habiéndose puesto ya el sol, formóse una llama, y he aquí un horno humeando, y unas llamas de fuego que discurrieron por aquellas medias partes divididas», significa que al fin del siglo han de ser juzgados y castigados los carnales con fuego. Porque así como se nos significa la aflicción de la ciudad de Dios, que se espera bajo el poder del Ante Cristo, que ha de ser la mayor que jamás ha habido, así como se nos significa, digo, esta aflicción con el tenebroso temor de Abraham cerca de ponerse el sol, esto es, acercándose ya el fin del siglo, así en la postura del sol, esto es, en el mismo fin, ya se nos significa con este fuego el día del juicio; que divide los carnales que se han de salvar por el fuego, y los que se han de condenar al fuego. Después el testamento y promesa que Dios hace á Abraham, propiamente manifiesta la tierra de Canaam y nombra en ella once naciones desde el río de Egipto hasta el gran río Eufrates: no desde el grande río de Egipto, esto es, desde el Nilo, sino desde el poqueño que divide á Egipto y Palestina, donde está la ciudad de Rhinocorura.

CAPÍTULO XXV De Agar, esclava de Sara, la cual la misma Sara quiso que fuese concubina de Abraham, " Desde aquí ya se siguen los tiempos de los hijos de Abraham, el uno habido en la sierva Agar, y el otro