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La ciudad de Dios

remos entender sólo aquella que sucede cuando el alma queda desamparada de su vida, que para ella es Dios que ne la desamparó para que ella desamparase, pues para el daño suyo primero es su voluntad, mientras para au bien primero es la voluntad de su Criador; así para criarla cuando no era, como para restaurarla y redimirla cuando, pecando, se perdió. Por ello decimos que Dios les amenazó y denunció esta muerte al deeir (1): «el dia que comiereis de él moriréis de muerte»; como si dijera: «el dia que me dejareis por la inobediencia, os desampararé por la justicia»: sin duda que en aquella muerte les amenazó y notificó también las demás que infaliblemente se habían de seguir de ella, porque cuando nació en la carne del alma inobediente el movimiento rebelde y desobediente, por el cual cubrieron sus partes vergonzosas, entonces aintieron la primera muerte con que desamparó Dios al alma: esta la significaron aquellas palabras cuando escondiéndose el hombre despavorido de miedo, le dijo Dios (2): «Adán, dónde estás?» no como quien le busca por ingorar donde estaba, sino por advertirle con la reprensión, que considerase dónde estaba al no estar Dios con él; pero cuando la misma alma viene ya á desamparar al cuerpo menoscabado por la edad y deshecho por la senectud, sucede la otra muerte, de la cual dijo Dios al hombre, procediendo todavía contra el pecado: «tierra eres 3), y á la tierra volverás», para que con estas dos se acabase de cumplir aquella primera muerte que es la de todo hombre, tras la cual se sigue al último la segunda, si no se escapa y libra el hombre por el beneficio de la divina gracia; porque (1) Génesis, cap. II. Qua die ederefis er illo, morte moriemini.

B (2) Génesis, cap. III. Adam, ubi est (3) Génesis, cap. III. Terra es, et in terram ibis.