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La ciudad de Dios

gún la carne, el que le maldijere es maldito, y quien le bendijere bendito. Digo, que á este nuestro Señor Jesucristo, los mismos judíos, aunque errados, sin embargo, mientras cantan y blasonan la ley y los Profetas le bendicen, esto es, verdaderamente le proclaman, imaginando que bendicen á otro, á quien por equivocación ó engaño esperan. Ved aquí que volviendo el mayor por la bendición prometida, se pasma Isaac, y advirtiendo que había bendecido á uno por otro, se admira, y pregunta quién es aquel á quien bendijo: con todo, no se queja de haber sido engañado, al contrario, habiéndose revelado en su interior este misterio tan grande, exeusa y ataja la indignación y enojo, y confirma la bendición (1): «¿Quién es, dice, el que fué á caza, me la trajo, me la intrudujo aquí, y comí de todo antes que tú vinieses, y le bendije, y quedará bendito?» ¿Quién no aguardaría aquí una maldición de un hombre enojado si no se hiciera todo por inspiración divina, y no por traza humana? ¡Oh, sucesos; pero sucesos encaminados con espíritu profético en la tierra, mas por orden del Cielo; manejados por los hombres, pero guiados por el Divino Espíritu! Si quisiéramos examinar cada palabra de por sí, está todo tan lleno de misterios, que fuera necesario escribir muchos libros; pero habiendo de poner modo y tasa con moderación á esta obra, es fuerza que caminemos á otros asuntos.

(1) Genesis, cap. XXVII. Quis ergo venatus est mihi venationem, et intulit mihi, et manducavi ab omnibus, antequam tu venires, et benedizi eum, et sis benedictus?