Página:La ciudad de Dios - Tomo III.pdf/310

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
308
San Agustín

á la Ciudad de Dios y al reino de los Cielos, con mucha razón los podemos llamar Profetas, mayormente si observamos que algunos de ellos se llamaron así expresamente, como Abraham y Moisés, con todo, llamóse especialmente tiempo de los profetas desde que principió á profetizar Samuel, quien ungió por rey, según el orden de Dios, primeramente & Saúl y, reprobado éste, al mismo David, para que de su descendencia fuesen sucediendo los demás mientras conviniese. Si intentase yo referir todo lo que los profetas han vaticinado de Cristo, entretanto que la Ciudad de Dios, muriendo en los miembros que morían, y naciendo en los que sucedían, ha ido discurriendo por estos tiempos, seria nunca acabar; lo primero porque la Sagrada Escritura, aunque parece que mientras nos va exponiendo con orden los reyes, sus acciones, empresas y sucesos, se ocupa en referir como un historiador exacto las proezas y operaciones buenas y malas de estos; no obstante, si auxiliados de la gracia del Espíritu Santo la consideramos y examinamos, la hallaremos más atenta, ó á lo menos, empeñada en anunciamos, no sólo los sucesos futuros, sino en referirnos los pasados y el intentar hallar este inexcrutable arcano escudriñando, y averiguarle disputando. ¿Qué operación tan molesta y penosa sería, y cuántos volúmenes no exigiría? Bien lo conocen los que medianamente quieran reflexionarlo. Lo segundo, porque las mismas cosas en que no hay duda que son proféticas, son tantas de Cristo y del reino de los Cielos, que es la Ciudad de Dios, que para declararlo circunetanciadamente sería necesario formar un tratado más extenso de lo que exige la pequeñez de esta obra. Por lo cual, si estuviere en mi arbitrio, moderaré la pluma y el estilo, de modo que, para cumplir con esta obra, siendo la voluntad de Dios, ni diga una sola expresión que sobre, ni deje de decir lo que sea preciso.