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La ciudad de Dios

CAPÍTULO III

De las tres significaciones que tenían las profecias de los profetas, las cuales unas veces se refieren á la Jerusalén terrena, otras á la celestial, y otras á las dos.


Así como aquellos divinos oráculos, y otras cuales: quiera señales ó dichos proféticos que se hicieron hasta aquí en la Sagrada Escritura á Abraham, Isaac y Ja cob, así también las demás profecías que hubo en adelante desde este tiempo de los reyes, parte pertenecen á los hijos carnales de Abraham y parte á aquella su descendencia en quien se bendicen todas las naciones que son coherederas de Cristo, por el Nuevo Testamento, para alcanzar y poseer la vida eterna y el reino de los cielos. Parte pertenecen á la esclava «que pare esclavos» (I), esto es, á la terrena Jerusalén, «que sirve con sus hijos» (2), y parte á la libre, que es la Ciudad de Dios, esto es, á la verdadera Jerusalén eterna en los cielos, cuyos hijos, que son los hombres que viven según Dios, son peregrinos en la tierra. Con todo, hay algunas profecías en ellas que se entiende pertenecen á ambas, á la esclava propiamente, y á la libre por figura, y de tres maneras son las profecias de los profetas: unas pertenecen á la terrena Jerusalén, otras á la celestial, y algunas á las dos. Soy de sentir que es necesario probar con ejemplos lo que digo. Envió Dios al profeta Nathan con el encargo de reprender á David un enorme pecado que había cometido, é intimarle los males que le habían de sobrevenir. Esta y otras tales profecías, cuando algún hombre se hacía digno de merecerlas, ya (1) San Pablo, ep, á los gálatas, cap. IV. Qua in servitute generat.

(2) Idem. Ap. eod. loc. quae servit cum filiis suis.

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