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La ciudad de Dios

lo que leemos que se dijo y cumplió á la letra en la descendencia de Abraham, según la carne, también en la descendencia de Abraham, según la fe, busquemos lo que nos enseña alegóricamente que ha de cumplirse; en tanto grado, que algunos han opinado que no hay cosa alguna en aquellos libros, ó profetizada y sucedida, ó sucedida, aunque no profetizada, que no nos insinúe algún misterio que haya de referirse alegóricamente á la Ciudad eterna de Dios y á sus hijos, que son peregrinos en esta vida. Pero si esto es cierto, los oráculos y profecías de los profetas, ó, por mejor decir, de todos los libros que llamamos Viejo Testamento, serán en dos maneras, y no en tres, mediante á que no habrá allí objeto que pertenezca solamente á la Jerusalén terrena, si todo lo que allí se dice y verifica de ella, ó por causa de ella, significa algún arcano que alegóricamente haya de referirse también á la celestial Jerusalén, sino que habrá solas dos especies de profecías, la una que pertenezca á la Jerusalén libre, y la otra á las dos. Pero yo soy de dictamen que, así como proceden errados los que imaginan que los sucesos acaecidos relacionados en estos libros no nos significan más que haber así sucedido, me parecen muy atrevidos los que suponen cuanto se contiene en estos libros sagrados está envuelto en alegorías. Por eso quise mejor decir que las profecías eran de tres maneras, y no de dos; porque esto es lo que pienso, aunque no culpo ó reprendo á los que pudieren, de cualquier suceso que acaeciese, sacar alguna inteligencia y sentido espiritual, con tal que primeramente se observe la verdad de la historia; porque lo que efectivamente se dice, de forma que en ninguna manera puede convenir á laa cosas que ha hecho, ó haya de hacer Dios á los hombres, ¿qué cristiano habrá que dude que es hablar en vano? ¿Y quién habrá que esto no lo reflera al sentido