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La ciudad de Dios

mi corazón en el Señor; mi fortaleza y gloria sea ensalzada en mi Dios; dilatóse mi boca sobre mis enemigos, me he alegrado en tu salud; porque no hay santo como el Señor, y no hay justo como nuestro Dios, y no hay otro que tú que sea santo. No queráis gloriaros, y no queráis hablar soberbias, ni salgan arrogancias de vuestra boca, porque Dios es el Señor de las ciencias, y Dios el que dispone sus invenciones y trazas. Debilitó el arco de los poderosos, y á los flacos armó de virtud y fortaleza, á los que estaban llenos y cargados de pan los debilitó, y los hambrientos los enalteció; pues la que era estéril parió siete, y la que tenía muchos hijos se volvió est el Señor es el que mortifica y vivifica, el que lleva á los infiernos y vuelve á sacar de allí; el Señor hace al pobre y al rico; Él le humilla y le ensalza; levanta del polvo de la tierra al pobre, y del estiércol al necesitado para colocarle entre los grandes y poderosos de su pueblo, y darle la posesión del trono de la gloria; el que cumple y provee el voto al que se le ofrece, y bendice los años del justo, porque no hay hombre que de suyo sea poderoso; el Señor debilitará á sus enemigos; el Señor es Santo, no se jacta ni gloríe el prudente con su prudencia, no se lisonjee el poderoso en su potencia, y no se gloríe el rico en sus riquezas, y solamente pueda lisonjearse el que se gloría de entender y conocer al Señor, y de hacer juicio y justicia en medio de la tierra: el Señor subió á los cielos y volvió: Él juzgará toda la extensión de la tierra, porque es justo, y es el que da virtud á nuestros reyes, y Él ensalzará la gloria de su Cristo».

¿Acaso puede presumirse que estas palabras son de una mujercilla que se alegra y regocija por el hijo que Dios le había dado? ¿Es posible que el entendimiento humano sea tan opuesto á la luz de la verdad, que no advierta que lo expresado en este vaticinio traspasa la