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La ciudad de Dios

sino en el Señor su Dios. Dilatóse mi boca sobre mis enemigos, mediante á que la palabra de Dios en las angustias y conflictos no está ligada ni oprimida ni aún en los predicadores atados y presos. «Me he alegrado, dice, con tu salud.» Este es Cristo Jesúa, Salvador y eterna salud, á quien el anciano Simeón, tomándole en sus brazos aiendo niño, como ae lee en el Evangelio, y reconociéndole por grande: «aliora, dice, dejaréis Señor á vuestro siervo en paz, porque vieron ya mis ojos vuestra salud». Diga, pues, la Iglesia «me he alegrado con tu salud, porque no hay santo como el Señor, y no hay justo como nuestro Dios»; santo que santifica, y justo, que justifica. «No hay santo fuera de ti, porque nadie lo es, ni llega á serlo sino por ti». Finalmente, prosigue, no queráis gloriaros, y no queráis hablar palabras vanas y soberbias, ni salgan arrogancias de vuestra boca, porque Dios es el Señor de las ciencias, y nadie sabe lo que él sabe, porque (1) el que juzga que es algo, siendo nada, él mismo se alucina y engaña».

Esto, dice, hablando con los enemigos de la Ciudad de Dios, que pertenecen á la Babilonia, que presumen de su virtud y ae glorían en sí, y no en el Señor, entre quienes comprende también á los israelitas carnales, ciudadanos terrenos de la terrena Jerusualén, los cuales, como dice el Apóstol (2), «no subiendo la justicia de Dios, esto es, la que da Dios á los hombres, que es el solo justo, y el que justifica, y queriendo vendernos la suya» (3), esto es, como si ellos se la hubiesen alcanzado de suyo y no se la hubiese dado el Señor, «no se sujetan á la justicia de Dios» (4). En efecto, como sober(1) San Pablo, ep. á los gálatas, cap. VL Qui putat se aliquid erse, cum nihil sit, se ipsum seducit.

(2) Id. Ap., Ioo. cit. Ignorantes Dei justitiam.

(8) Id., op. & los Rom., cap. X. Et suam volentes constituere.

(4) Id., Ap., loo. cit. Justilice Dei, nun sunt subjecti.