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La ciudad de Dios

Pero mejor se entenderán los extremos de la tierra por los extremos ó postrimerías del hombre, mediante á que no serán juzgadas las cosas que en el medio y discurso del tiempo se mudan, mejorando ó empeorando, sino en los extremos que fuere hallado el que ha de ser juzgado.

Y así, dice la Escritura (1): «que el que perseverase hasta el fin, éste se salvará». El que con perseverancia hiciere juicio y justicia en medio de la tierra, no se condenará cuando se juzgaren los extremos de la tierra. «Él da, dice, virtud á nuestros reyes para no condenarlos cuando viniere á juzgar». Concédeles virtud, con la cual, como reyes, rijan y gobiernen la carne, y puedan vencer el mundo, en virtud de aquel que por ellos derramó su sangre y ensalzará la gloria de su Cristo.

¿Pero cómo Cristo ha de ensalzar la gloria de su Cristo?

Porque como dijo antes: el Señor subió á los Cielos y 20 entendió por nuestro Señor Jesucristo Él mismo, ¿cómo dice aquí, ensaizará la gloria de au Cristo, que es Cristo? ¿Acaso es que ensalzará la gloria de cualquiera de sus siervos fleles, como la misma Ana lo dice en el exordio de este cántico, que su gloria la ensalzó su Dios? Porque á todos los que están ungidos con su unción y crisma, muy bien podemos llamarlos Cristos, todos los cuales, sin embargo, haciendo un cuerpo con su cabeza, son un Cristo. Esto profetizó Ana, madre de aquel tan santo y tan celebrado Samuel; en el cual se nos representó entonces la mudanza del antiguo sacerdocio, y se cumplió ahora, que se lvió estéril la que tenia muchos hijos, para que tuviera en Cristo nuevo sacerdocio la estéril, que parió siete.

San Mateo, cap. X.