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La ciudad de Dios

CAPÍTULO XVII

Contra los que dicen que los cuerpos terrenos no pueden hacerse incorruptibles y eternos.


Pretenden también estos filósofos que los cuerpos terrestres no pueden ser eternos, sosteniendo, por otra parte, que toda la tierra es miembro de su Dios, aunque no del sumo, sino del grande, esto es, de todo este mundo visible y sempiterno. Habiéndoles, pues, criado aquel Dios sumo, á otro que ellos imaginan que es Dios, esto es, á este mundo, digno de preferirse á todos los demás dioses que están debajo de él, y defendiendo que éste mismo es animal, es á saber, adornado del alma, según dicen racional e intelectual, encerrada en la inmensa máquina de su cuerpo, y habiendo puesto los cuatro elementos como miembros de su cuerpo, dispuestos y ordenados en sus respectivos lugares, cuya trabazón y composición, por que jamás se les muera un Dios tan grande, sostiene que es indisoluble y eterna; ¿qué razón hay para que en el cuerpo de este animal mayor, la tierra, como medio de sus miembros, sea eterna, y los cuerpos de los otros animales terrestres no puedan ser eternos, si Dios quiere que lo sean como aquél? Pero dirán que la tierra debe volver á la tierra, de la que se compusieron y formaron los cuerpos terrestres de los animales, por lo cual sucede, dicen, que necesariamente se disuelvan y mueran, y que de este modo se restituyan á la tierra estable y eterna, de donde fueron sacados. Si alguno afirmase esta doctrina en la propia conformidad por lo respectivo al fuego, y dijere que han de volver al fuego los cuerpos que se tomaron de él para formar los animales celestes, ¿acaso no viene á destruirse con la violencia de esta doctrina