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San Agustín

CAPÍTULO VIII

De las promesas que hizo Dios á David en su hijo, las cuales no se oumplieron en Salomón, sino plenamente en Cristo.


Considero que me resta manifestar ahora, siguiendo la serie del asunto que vamos tratando, que fué lo que Dios prometió al mismo David; que sucedió á Saúl en el reino, con cuya mutación se nos prefiguró la final mudanza, á la cual se endereza todo cuanto nos ha di cho y dejado el Espiritu Santo. Habiendo disfrutado David de muchos sucesos prósperos, se propuso la idea de construir una suntuosa casa á Dios, es á saber, aquel templo tan rico y celebrado que después fabricó su hijo Salomón. Teniendo, pues, este pensamiento, mandó Dios al profeta Nathan que se presentase al rey, y le diese un mensaje de su parte, en el cual, habiendo dicho Dios que el mismo David le había de edificar casa, y que en tanto tiempo no había ordenado á ninguno de su pueblo que le construyese casa de cedro (1): «ahora, dice, dírás á mi siervo David: Dios todopoderoso, dice asi: yo to escogí y saqué de entre el ganado, para que fueses capitán y cabeza de mi pueblo Israel; me hallé contigo en todas las partes que anduviste, desterré de tu presencia todos tus enemigos, y te di nombre y fama, como á los mas celebrados de la tierra.

Pondré y señalaré también lugar á Israel mi pueblo, y le estableceré para que habite de por sí, de manera que no se turbe ni se inquiete más. Los pecadores no le afligirán más, como acostumbraban antes, desde el día que establecí jueces sobre mi pueblo Israel; te daré reposo de todos tus enemigoa, y te anunciará el Señor (1) Lib. II. Reg., cap. VII, et lib. I., Paralip.' cap. XVIL