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La ciudad de Dios

desde Saúl, que fué el primero á quien ungieron por rey de aquel pueblo, porque el mismo David le llama Cristo del Señor, sin embargo, uno era el verdadero Cristo, cuya figura representaban aquéllos con su unción profética, el cual, según la opinión de los que imaginaban que habia do entenderse de David ó de Salomón, tardaba mucho y dilataba su venida, aunque según los altos é impenetrables decretos del Señor, se iba aprestando para venir á su tiempo. Y en el ínterin que se difiere su venida, lo que sucedió en el reino de la terrena Jerusalén, donde aguardaban que había de reinar, prosiguiendo este mismo Salmo, lo declara el real profeta, diciendo (1): «Diste por tierra con el testamento y promesa que hiciste á tu siervo, profanaste en la tierra su santuario y templo, destruiste todos tus setos y vallados, é hiciste que estuviese encogido y medroso dentro de los. reparos y defensas. Le tobaron y saquearon todos los pasajeros, viniendo á ser el oprobio y escarnio de sus vecinos, y llenaste de gozo y alegría á todos sus contrarios.

Le quitaste el auxilio que solías dar á su espada, y no le acudiste y favoreciste en la guerra. Le desterraste de sus purificaciones, y diste por tierra con su trono. Disminuiste los dias que prometiste á su reino, y le has llenado de confusión. Todo esto pasó en la Jerusalén esclava, donde reinaron también algunos hijos de la libre, poseyendo aquel reino con dispensación temporal, y el reino de la celestial Jerusalén (2), cuyos hijos eran, con. verdadera fe, esperando en el verdadero Cristo. Y como sobrevinieron tales desgracias sobre aquel reino, lo declara la historia para quien quisiere leerlo.

(1) Salmo 88.

(2) San Pablo, ep. & los gálatas, cap. IV.: