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La ciudad de Dios

esta máquina, principiando desde la tierra hasta el cielo, por cuanto esta alma imagina Platón que se difunde y extiende por números músicos, desde el íntimo medio de la tierra, que los geómetras llaman centro, hasta las últimas y extremas partes del cielo; de suerte que este mundo sea un animal inmenso, beatísimo y eterno, cuya alma, por una parte, tenga perfecta felicidad de sabiduría, no desamparando su propio cuerpo, y por otra que este su cuerpo viva por ella eternamente, y que, sin embargo de no ser simple, sino compuesto dé tantos y tan grandes cuerpos, no por eso la puede embotar y entorpecer. Permitiendo toda esta licencia á sus inaciones y chas, ¿por qué no quieren que, por la divina voluntad y poder, pueden los cuerpos terrenos venir á ser inmortales, donde las alinas, sin separarse de ellos con ninguna especie de muerte, sin gravamen ni apego á ellos, vivan eterna y felizmente, así como aseguran que pueden vivir sus dioses en los cuerpos ígneos, y el mismo Júpiter, rey monarca de todos los númenes, en todos los elementos corpóreos?

Porque si el alma, para ser bienaventurada, debe huir y escaparse de todo lo que es cuerpo, huyan aus dioses de los globos de las estrellas, huya Júpiter del cielo y de la tierra, ó, si no pueden, repútenlos por miserables.

Pero ni lo uno ni lo otro quieren, mediante á que ni se atreven á dar á sus dioses la separación de los cuerpos, porque no parezca que los adoran siendo mortales, ni la privación de la bienaventuranza, por no confesar que son infelices. Así que, para conseguir la eterna felicidad, no es necesario huir de cualesquiera cuerpos, sino de los corruptibles, molestos, graves y mortales, no cuales los crió la bondad de Dios á los primeros hombres, sino cuales les obligó á ser la pena del pecado.

TOKO ILI.

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