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La ciudad de Dios

jos de los hombres. Y aliora, aunque toda la naturaleza humana, por el pecado del primer hombre, haya caido de la verdad en la vanidad, por lo cual dice otro Salmo (1): «que se ha transformado y hecho el hombre sejante á la vanidad, y que pasan sus días como una sombra», con todo, no sin motivo crió Dios todos los hijos de los hombres, porque lo uno libra á muchos de la vanidad por el medianero, que es Jesucristo Nuestro Señor, y lo otro los que previó que no habían de libertarse ni salvarse, los crió para la utilidad de los que se habían de salvar, y para poder comparar las dos Ciuda des, cotejándolas con su contrario. Así que, no los crió vanamente si consideramos el hermoso y arreglado órden y disposición que Dios tiene puesto en todas las criaturas racionales. Después sigue: ¿quis est homo, qui vivit, et non videbit mortem, eruet animam suam de manu inJeri? «¿cuál es el hombre que ha de vivir y no ha de ver la muerte, y ha de sacar su alma del poder del infierno?» ¿Quién es este, sino aquella substancia de Israel, del linaje y descendencia de David, Jesucristo Nuestro Señor, de quien dice el Apóstol (2): «que habiendo resucitado de los muertos, ya no morirá más, y la muerte no tendrá ya más dominio sobre él?» Porque de tal suerte vive, y no verá mas la muerte, que efectivamente, una vez murió, pero sacó y libró ya su alma de la mano y potestad del infierno, pues descendió á los infiernos para librar y soltar de aquellas prisiones á algunos pecadores. La sacó y libertó con aquel poder de que hizo mención en el Evangelio (3): «poder tengo para despedir mi alma, y poder tengo para volverla á tomar».

LA CIUDAD DE DIOS I (1) Salmo 143.

(2) San Pablo, ep. á los Rom., cap. VI.

(8) San Juan, cap. X.