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La ciudad de Dios

porque entendiendo y esperando ellos que había de ser de su facción, vino á ser de los gentiles, y esto se lo echan en rostro al presente muchas naciones que creyeron en él por el Nuevo Testamento, quedándose ellos en su senectud, de forma que por eso diga: «acuérdate.

Señor, del oprobio de tus siervos», porque también ellos después de este oprobio, no olvidándolos el Señor, sino teniendo misericordia de ellos, han de venir á creer en él. Pero el sentido que expuse primero parece más á propósito y conveniente, porque á los enemigos de Cristo, á quien aquí se increpa que los ha dejado Cristo pasándose á los gentiles, incongruamente se les acomodan estas palabras: «ncuérdate, Señor, del oprobio de tus siervos», pues tales judíos no es razón que se ilamen siervos de Dios, sino que estas palabras cuadran á los que, cuando padecían por el nombre de Cristo grave opresión de persecuciones, se pudieron acordar de que la promesa que hizo Dios á la descendencia de David era el reino de los cielos, y que por deseo de él, dicen, no desesperando, sino pidiendo, buscando y llamando á la puerta. «¿Dónde están, Señor, aquellas tus antiguas misericordias que prometiste y juraste á David por tu verdad? Acuérdate, Señor, del oprobio de tus siervos que llevé en mi seno de mano de muchas gentes», esto es, que sufrí con paciencia en mi corazón.

¿Con qué nos zahirieron tus enemigos, Señor? Nos za hirieron con la mudanza de tu Cristo, teniendo por cierto que aquella no fué mudanza ó conmutación, sino consumación. ¿Y qué quiere decir acuérdate, Señor?

sino que tengas misericordia y nos des por esta humildad, que hemos sufrido con paciencia, la altura y grandeza que prometiste y juraste á David por tu verdad?

Pero si queremos acomodar estas palabras á los judíos, «aquellos siervos de Dios» ¿pudieron decir semejantes razones los que, después de expugnada y rendida la Je-