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San Agustín

rusalén terrena antes de nacer nuestro Señor Jesucristo en carne humana, fueron llevados cautivos, los cuales entendían, como se debía entender, la mudanza de Cristo, es á saber, que debían esperar y aguardar fielmente por él, no la terrena y carnal felicidad, cual fué la que asomó en los pocos años del rey Salomón, sino la celestial y espiritual, la cual, ignorándola entonces los infieles, cuando se alegraban, se mofaban de ver al pueblo de Dios cautivo? ¿Qué otra cosa les zaherían que la mudanza del Cristo, aunque zaherían á los que la entendían los que no la sabían? Por eso la conclusión de este Salmo (1): «la bendición del Señor para siempre amén, amén», muy bien cuadra generalmente á todo el blo de Dios que anece á la celestial Jerusalén, ya sean aquellos que estaban encubiertos en el Viejo Testamento antes de revelársenos el Nuevo, ya sea á estos que manifiestamente se ve que después de revelado el Nuevo Testamento, pertenecen á Cristo. Porque la bendición que nos ha de dar el Señor en el hijo prometido de la descendenciá de David, no se debe esperar por corto espacio de tiempo, cual la hubo en los días de Salomón, sino para siempre, de la cual con infalible espe ranza, dicen, fat, , fiat, amén, amén; que la repetición de esta palabra es continuación de esta esperanza. Entendiendo, pues, este misterio David, dice en el segundo libro de los reyes, de donde pasamos á este Salmo (2): «Has prometido la casa de tu siervo para largo tiempo»; y poco después añade (3). «Principia, pues, Señor, y echa la bendición á la casa de tu siervo para siempre, etc.», porque entonces estaba próximo á tener un hijo, de quien procedería su descendencia hasta Cristo, por quien había de ser eterna su casa, porque tam(1) Salmo 88.

(2) Lib. III, Reg., cap. VII.

(8) Id. lib. y cap.