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La ciudad de Dios

píritu Santo con más abundancia que á los otros que participan tu nombre y se llaman Cristos y Reyes como tú. Todos tus vestidos derraman de si aua vísimo olor de mirra, ambar y canela, escogidas de los palacios y templos de marfil, con los cuales te dan gusto y honor las castas hijas de los reyes, deseando honrarte y glorificarte». ¿Quién habrá tan estúpido é ignorante que no entienda que habla de Cristo, á quien predicanos y en quien creemos, viendo cómo se le llama Dios, cuya silla real es para siempre, y ungido de Dios, es decir, como unge Dios, no con unción y crisma visible, sino espiritual é inteligible? Porque, ¿quién hay tan rudo en esta religión, ó quién puede hacerae tan sordo á la foma que de ella corre por toda la redondez de la tierra, que no sepa que se llamó Cristo, de crisma, esto es, de la unción? Conocido el Rey Cristo ó ungido, lo que aquí designa por metáforas y figuras, de cómo es hermoso sobre todos los hijos de los hombres, con una hermosura tanto más digna de ser amada y admirada cuanto es menos corpórea, y cuál sea su espada, cuáles las flechas y lo demás que inserta, no propia, sino metafóricamente, sujeto ya, y debajo del dominio de este Señor, que reina por su verdad, mansedumbre y justicia, indáguese y examinese despacio.

Vuél vanse después los ojos á su Iglesia, esposa de un grande esposo, unida con él con un desposorio espiritual y con un amor divino, de la cual habla en los versos siguientes (1): «Pusiste á la Reina á tu diestra, vestida de ricos paños de oro, labrados con varias y diferentes labores. Oye, hija, y mira; inclina tus oídos y no te acuerdes ya más de tu pueblo, ni de la casa de tu padre, porque el rey se aficionará de tu hermosura, porque él es el Señor tu Dios, y los hijos de Tiro le han (1) Salmo 18.