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La ciudad de Dios

ángeles arrebatar cualesquiera animales terrenos de cualesquiera parte, y ponerlos donde quieran, ghemos acaso de creer que no lo pueden hacer sin molestia, ó que sintiesen el peso y la carga? ¿Y por qué no creemos que las almas de los santos, que por especial gracia y beneficio de Dios son perfectos y bienaventurados, pueden llevar sin dificultad sus cuerpos donde quisieren, y ponerlos donde fuese su voluntad? Pues siendo cierto que acostumbramos imaginar llevando á cuestas el peso de los cuerpos terrenos, que cuanto mayor es la cantidad tanto mayor es la gravedad, de suerte que oprime y fatiga más lo que más pesa; sin embargo, el alma más fácil y ligeramente lleva los miembros de su cuerpo cuando están sanos y robustos, que cuando están enfermos y flacos: y siendo más pesado, cuando le llevan otros, el aano y robusto que el flaco y enfermo, con todo, él mismo, para mover y traer su cuerpo, es más ágil cuando, estando bueno y sano, tiene más cantidad y máquina que cuando en la pestilencia ó hambre tiene menos fuerza. Tanto puede para sustentar, aun los cuerpos terrenos, aunque todavía corruptibles y mortales, no el peso de la cantidad, sino el modo del temperamento. ¿Y quién podrá explicar con palabras la diferencia tan grande que hay entre la sanidad presente que decimos y la futura inmortalidad? No arguyan y reprendan, pues, nuestra fe los filósofos por los pesos y los cuerpos: porque no quiero preguntarles ¿por qué causa no creen que puede estar en el cielo el cuerpo terreno, viendo que toda la tierra se sustenta en nada?

Porque quizá parezca verosímil la razón y el argumen to que se toma del mismo lugar medio del mundo, puesto que acude á él todo lo que es grave: sólo quiero decir si los dioses menores, á quienes Platón dió facultad para hacer, entre los demás animales terrestres, al hombre, pudieron, como dice, separar del fuego la cali-