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San Agustín

dad que tiene de quemar y dejarle la del resplandecer, como es la qué sale y resplandece por los ojos, ¿por qué no concederemos al sumo Dios (á cuya voluntad y potestad concedió el mismo el privilegio de que no se corrompan y mueran las cosas que tienen ser por generación, y que cosas tan diversas é incomparables, como son las corpóreas é incorpóreas entre sí unidas y conglutinadas no puedan desunirse y descomponerse de modo alguno) que pueda desterrar del cuerpo del hombre, á quien hace gracia de la inmortalidad, la corrupción, dejarle la naturaleza, conservarle la congruencia de la figura y de los miembros y quitarle la gravedad del peso? Pero al fin de esta obra, si fuese la voluntad de Dios, trataremos más particularmente de la fe de la resurrección de los muertos y de sus cuerpos inmortales.



CAPÍTULO XIX

Contra la doctrina de los que no creen que fueran inmortales los primeros hombres si no pecarán, Ahora declararemos lo que principiamos á decir de los cuerpos de los primeros hombres, á quienes ni esta muerte, que dicen es buena para los buenos, y que la conocen no sólo algunos pocos inteligentes ó creyentes, sino que es notoria á todos; muerte con que se hace la división del alma y del cuerpo; con la cual, sin duda, el, cuerpo del animal que evidentemente vivía, evidentemente muere, no les pudiera suceder si no se siguiera el mérito del pecado.
Pues aunque no es lícito dudar que las almas de los difuntos piadosos y justos viven en perpetuo descanso, con todo, les fuera tanto mejor vivir con