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La ciudad de Dios

Questos y tormentos para ver su modestia y mansedumbre y experimentar su paciencia; condenémosle á una muerte infame é ignominiosa, porque de sus palabras colegiremos lo que él es». Esto fué lo que imaginaron ellos, y erraron, porque las cegó su malicia. En el Eclesiástico nos anuncia la fe de las gentes de este modo: «Ten misericordia de nosotros, Señor Dios de todo lo criado, é infunde tu temor sobre todas las gentes. Levanta tu mano sobre las naciones infieles y observen tu poder, para que así como fuiste santificado en nosotros, viéndolo ellos, así viéndolo nosotros seas engradecido en ellos y te conozcan, así como nosotros te hemos conocido, porque no hay otro Dios sino tú, Señor». (1) Esta profecía, que está concebida bajo la fórmula de desear y rogar, la vemos cumplida por Jesucristo, aunque lo que no se halla en el Canon de los judíos, no purece que se alega con tanta autoridad y firmeza contra los contradictores.

En los otros tres libros que consta son de Salomon, y los judíos los tienen por canónicos, si quisiéremos mostrar que lo que en ellos se halla semejante ó alusivo á esto pertenece á Cristo y á su Iglesia, requeriría un examen circunstanciado, prolijo y penoso, en el cual, si nos detuviésemos, nos haría ser más largos de lo que conviene. Sin embargo, lo que dicen los judíos en los Proverbios (2): «Escondamos en la tierra injustamente al varón justo, traguémosle vivo, como lo hace el inflerno, y desterremos de la tierra su memoría; tomemos posesión de su preciosa heredad»: no está tan enfático y obscuro, que sin trabajar mucho en exponerlo, no pueda entenderse de Cristo y de su heredad, que es la Iglesia. Porque alusivo á esto mismo es lo que nos (1) Eclesiast., cap. XII.

(2) Proverbios, cap. I.