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San Agustín

İN muestra el mismo Señor Jesucristo en una parábola del Evangelio, en la que decían los inicuos labradores: « Este es el heredero, venid, quitémosle la vida y vendrá á ser nuestra la heredad.» Y asimismo aquella expresión del mismo libro, que hemos apuntado ya otra vez, hablando de la estéril que parió siete, los que la oyen leer y saben que Cristo es la sabiduría de Dios, no suelen entenderlo sino de Cristo y de su Iglesia (1): «La sabiduría edificó su casa, y la apoyó sobre siete columnas; sacrificó sus víctimas, echó su vino en la taza. Envió aus eriados á llamar y convidar con una famose embajada, á beber de su taza, diciendo: el que fuere ignorante lléguese á mí, y á los faltos de sentido dijo: venid y comed de mis panes, y bebed del vino que os he prévenido». Aquí sin duda reconocemos que la sabiduría de Dios, esto es, que el Verbo, tan etorno como el Padre, edificó en las entrañas de la Virgen su casa, que es su cuerpo humano, y que á éste, como á cabeza, le añadió y acomodó como miembros su Iglesia, sacrificando en ella las víctimas de los mártires, y disponiendo la mesa con pan y vino, donde se nos descubre también el sacerdocio, según el orden y semejanza de Melchisedech, llamando y convidando á los faltos de entendimiento y de sentido, porque, como dice el apóstol (2): «Escogió Dios lo más flaco para confundir lo fuerte»: y á estos flacos, sin embargo, les dice lo que sigue (3): «Dejad de ser necios para que viváia, y buscad la prudencia para que poseáis la vida». Y el participar de su mesa es lo mismo que comenzar á tener vida; porque hasta en otro libro, llamado el Eclesiastes, donde dice (4): «No tiene otro bien el hombre sino lo que co(1) Proverbios, cap. IX.

(3) (4) San Pablo, I ep. á los Corint,, cap. I.

San Pablo, idem, id.

Eclesiast., cap. I.