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La ciudad de Dios

sus cuerpos buenos y sanos, que aun aquellos que son de parecer que de todas maneras es mayor la felicidad de estar sin cuerpo, convéncense de esta opinión, aunque contraria á su propio dictamen; porque ninguno se atreverá á anteponer sus hombres sabios, los que han de morir, ó los ya muertos, esto es, los que carecen de cuerpos á han de dejar los cuerpos, á los dioses inmortales, á quienes el sumo Dios, según Platón, por grande beneficio, les permite una vida indisoluble, esto es, una compañía eterna con sus cuerpos. Y al mismo Platón le parece particular felicidad la de los hombres cuando, habiendo pasado esta vida santa y justamente separados de sus cuerpos, son admitidos en el seno de los mismos dioses que nunca dejan sus cuerpos, «para que, en efecto, olvidados de lo pasado, puedan volver otra vez al mundo y empiecen á desear el volver á nuevos cuerpos» (1): lo que celebran haberlo dicho Virgilio siguiendo la doctrina de Platón, porque de esta manera entiende que las almas de los mortales no pueden estar siempre en sus cuerpos, sino que, con la necesibad de la muerte, se vuelven & disolver, y que tampoco sin los cuerpos duran perpetuamente, sino que por sus tandas y alternativas piensa que sin cesar se hacen los vivos de los muertos, y los muertos de los vivos; de modo que parece que la diferencia que hay de los sabios á los demás hombres es ésta: que los sabios, después de la muerte, suben á las estrellas á descansar cada uno algún tiempo más en el astro y constelación que más le agrade, y, desde allí, otra vez, olvidado de la miseria pasada, y vencido del deseo de volver á su cuerpo, vuelve á los trabajos y miserias de (1) Virgilio, libro VI. Eneida; Scilicet inmmemores supera ut convera revisant, Rursus, et incipiant in corpora velle reverti.