dencia Divina, ó se engrandecía con las prosperidades, ó la oprimían las adversidades, viéndose afligida, no sólo con guerras extrañas, sino entre sí con las civiles, para que por algunas causas que lo motivaban se manifestase la misericordia de Dios, ó su ira, hasta que, creciendo su indignación, toda aquella nación no sólo fué destruida en su tierra por las armas de los caldeos, sino que la mayor parte fue llevada prisionera y transferida á la tierra de los asirios, primeramente la parte que se llamaba Israel, dividida en diez tribus, y después también la que se llama Judá, destruída y asolada Jerusalén y su famoso templo, en cuya tierra estuvo cautiva setenta años: pasados los cuales, dejándolos salir de allí, restauraron el templo que les habían destruído, y aunque muchos de ellos vivían en las tierras de extranjeros é infieles, con todo, desde entonces para en adelante no tuvieron el reino repartido en dos porciones, y en cada una sus diferentes reyes, sino que en Jerusalén tenían todos, una sola cabeza, y acudían al templo de Dios establecido allí, en señalados tiempos, todos los de todas aquellas provincias, en donde quiera que estaban, y de donde quiera que podían: aunque tampoco entonces les faltaron enemigos de las otras naciones, ni quien procurase conquistarlos; porque Cristo Señor Nuestro, cuando nació, los halló ya tributarios de los romanos.
SAN AGUSTIN
CAPÍTULO XXIV
En todo aquel tiempo, desde que regresaron de Babilonia, despues de Malachias, Ageo y Zacarías, que pro-