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La ciudad de Dios

reservaba que viniera á serlo por mérito de la obediencia. Por eso su cuerpo (que tenía necesidad de comer y de beber para no tener hambre y sed, y le guardaba de la necesidad de la muerte y le conservaba en la flor de la juventud, aunque no tuviera la inmortalidad absoluta é indisoluble, sino el árbol de la vida) indudablemente no era espiritual, sino animal; aunque por ninguna razón muriera si no incurriera pecando en la sentencia con que Dios le había amenazado, y fuera del Paraíso.

También no faltándole los alimentos, pero no dejándole gustar del árbol de la vida, viniera á acabar más tarde con el tiempo y la senectud sólo aquella vida, la cual en el cuerpo, aunque animal (hasta que se hiciera espiritual por el mérito de la obediencia), pudo tenerla perpetua en el Paraíso, si no pecara; por lo cual, aun cuando entendamos que juntamente les significó Dios esta muerte manifiesta con que se hace la división del alma y del cuerpo en el anatema con que rigurosamente les amenazó que en el día que comiesen del árbol vedado morirían de muerte, no por eso debe parecer absurdo, porque no dejaron los cuerpos incontinenti aquel mismo día en que comieron de la fruta vedada y mortífera; pero desde este día se empeoró y corrompió la naturaleza, y quedandó justamente excluída del árbol de la vida, se la siguió la necesidad de la muerte corporal, con cuyo fatal destino hemos nacido nosotros. Por eso nos dice el apostol (1): «que el cuerpo morirá por causa del pecado: que el cuerpo está muerto por causa del pecado; pero que el espíritu vive por la justificación». Después prosigue y dice (2): (1) San Pablo ep. á los Rom., cap. VIII. Corpus quidem moriturum est propter peccatum: corpus quidem mortuum est propter peccatum, spiritus autem vita est propter justitiam.

(2) Id. Apost. loc. citat. Si autem spiritus ejus, qui suscitavit Christum d mortuis, habitat in vobis, qui suscitavit Christum ä