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La ciudad de Dios

idolatría, el usar de los tósigos y venenos, las enemistades, rivalidades, competencias, iras, disensiones, bandos y las envidias, más son vicios del espíritu que de la carne? Puede suceder que por la idolatría ó por el error de alguna secta, se abstenga uno de los deleites carnales; sin embargo, aun entonces se llega á comprender, por esta autoridad del apóstol, que vive el hombre según la carne, aunque parezca, que modera y refrena los apetitos de la carne. ¿Quién hay que no tenga las enemistades en el ánimo? ¿Quién hay que de su enemigo ó de quien piensa que es su enemigo no diga: mala carne, por decir mal ánimo tienes contra mí? Finalmente, así como si uno oyese, por decirlo así, carnalidades, no dudaría atribuirlas á la carne, así oyendo animosidades, no hay duda que las atribuirá al ánimo: ¿por qué, pues, á estas cosas y á otras tales «el doctor que predica y enseña á las gentes la fe y la verdad» (1) las llama obras de la carne, sino porque por aquel modo de hablar con que se significa el todo por la parte, quiere que por la carne entendamos el mismo hombre?



CAPÍTULO III

Que la causa del pecado provino del alma y no de la carne, y que la corrupción que heredamos del pecado no es pecado, sino pana.


Y si alguno dijere que, en la mala vida, la carne es la causa de todos los vicios, porque así vive el alma que está pegada á la carne, sin duda que no advierte bien (1) San Pablo, I. ep. á Timoth., cap. II. Doctor Gentium in fide et veritate.

TOMO III.

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