Página:La ciudad de Dios - Tomo III.pdf/69

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
67
La ciudad de Dios

peso de tra de tierra no deja alentar al espiritu con el tantos pensamientos y cuidados» (1). Los que creen, pues, que todas las molestias, afanes y males del alma le han sucedido y provenido del cuerpo, se equivocan sobremanera, porque aunque Virgilio (2) en aquellos famosos versos donde dice, «tienen estas almas en su origen un vigor de fuego y una raza y descendencia del cielo, en cuanto no las fatiga y abruma el dañoso cuerpo y las embotan los terrenos y mortales miembros», parece que nos declara con toda evidencia la sentencia de Platón, y, queriendo darnos á entender que todas las cuatro perturbaciones, agitaciones ó pasiones del alma tan conocidas, el deseo, el temor, la alegría y tristeza, que son como fuentes y manantiales de todos los vicios y pecados, suceden y provienen del cuerpo, añada y diga: «de este terreno peso les proviene el dolerse, desear, temer, gozarse; ni de la lóbrega y obacura cárcel en que están pueden, ó contemplar su ser ó soltarse» (3); con todo, muy disonante y distinto es lo que sostiene y nos enseña la fe; porque la corrupción del cuerpo, que es la que agrava al alma, no es causa, sino pena del primer pecado; y no fué la carne corruptible la que bizo pecadora al alma, sino al contrario, el alma pecadora hizo á la carne que fuese corruptible. Y aunque de la corrupción de la carne procedan algunos (1) Sapient., cap. IX. Et deprimit terrena inhabitatio sensum multa cogitantem.

(2) Virgilio, lib. VI, Eneida: Igneus est illis vigor, et cælestis origo Seminibus, quantum non naria corpora tardant, Terrenique hebetant artus marihundaque membra.

(3) Virgillo, in lib. VI, Eneida: Hine metuunt cupiuntque, dolent gaudentque, nec auras Suspiciunt, clausa tenebris et carcere cæco.