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La ciudad de Dios

do, sino el espíritu que procede de Dios para conocer las mercedes y gracias que Dios nos ha hecho, las cuales, como las conocemos así las predicamos, no con palabras artificiosas y acomodadas á la sabiduría humana, sino con las que hemos aprendido del espíritu, declarando los misterios espirituales con términos y palabras espirituales, porque el hombre animal no entiende ni admite las cosas del espíritu de Dios, teniendo por necedad cuanto se aparta de lo que su sentido alcanza. Y á estos tales, esto es, á los carnales, dice poco después (1): «Y yo, hermanos, no.os pude hablar como á espirituales, sino como á carnales»; lo cual se entiende igualmente según la misma manera de hablar, esto es, tomando el todo por la parte, porque por el alma y por la carne, que son partes del hombre, se puede significar el todo, que es el hombre, y así no es otra cosa el hombre animal que el hombre carnal, sino que lo uno y lo otro es una misma cosa, esto es, el hombre que vive según el hombre; así como tampoco se entiende otra cosa que hombres cuando se dice: «Ninguna carne se justificará por las obras de la ley» (2), ó cuando dice (3): «setenta y cinco almas bajaron con Jacob á Egipto», porque en estos lugares por ninguna carne se entiende ningún hombre y por setenta y cinco almas se entienden setenta y cinco hombres. Lo que dijo, «no con palabras artificiosamente compuestas y acomodadas á la humana sabiduría», pudo decirse también á la carnal sabiduría; así como lo que dijo: «Vivis según el hombre», pudo decirse según la carne; y más se declaSan Pablo, I ep. á los Corinth., cap. III. Et ego, fratres, non potui loqui vobis quasi spiritualibus, sed quasi carnalibus.

(2) San Pablo, ep. á los Rom., cap. III. Er operibus legis non Justificabitur amnis caro.

(B) Genesis, cap. XXXVI. Septuaginta quinque anima descenderunt cum Jacob in Egyptum.