Página:La ciudad de Dios - Tomo III.pdf/89

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
87
La ciudad de Dios

cuando dijo: «me alegro por causa de vosotros, para que creáia», cuando habiendo de resucitar á Lázaro lloró, cuando deseó comer la pascua con sus discípulos, cuando acercándose su pasión estuvo triste su alma hasta la muerte, sin duda que esto no se refiere con mentira; pero el Señor, por cumplir seguramente con el misterio de la Encarnación, admitió estos movimientos y extrañas impresiones con ánimo humano cuando quiso; así como cuando fué su divina voluntad se hizo hombre: y por eso no puede negarse, aun cuando tenemos estos afectos rectos, y según Dios, que efectivamente son de esta vida, y no de la futura que esperamos, y muchas veces nos rendímos á ellos, aunque contra nuestra voluntad. Así que, en algunas ocasiones, aunque nos movamos, no con pasión culpable, sino con amor y caridad loable, aun sin embargo de no querer, lloramos. Tenémoslos, pues, por la flaqueza de la condición humana, pero no los tuvo así Cristo Señor nuestro, cuya flaqueza estuvo también en su mano y omnipotencía. Pero entretanto que conducimos con nosotros propios la humana debilidad de la vida mortal, si carecemos totalmente de afectos, por el mismo hecho es prueba de que no vivimos bien porque el apóstol reprendía y abominaba de algunos (1), diciendo de ellos que no tenían afecto. También culpó el real profeta á aquellos de quienes dijo (2): «esperé quien me hiciera compañía en mi tristeza, y no hubo uno solo»: porque no dolerse del todo mientras vivimos en la mortal miseria, verdaderamente como lo sintió también, y dijo uno de los filósofos de este siglo: «no puede ser ó existir sin que el ánimo esté dominado de una fiera (1) San Pablo, ep., á los Rom., cap. I.

(2) Salmo LXVIII. Suatinui, qui simul contristaretur, et non