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La ciudad de Dios

ridad no hay temor, antes la caridad perfecta echa fuera ó desaloja al temor. porque este anda asociado de pena y de tristeza, y el que teme no ha llegado á la perfección de la caridad», no es ciertamente de la calidad de aquel con que temía el apóstol San Pablo (1) que los corintios fuesen seducidos y engañados con alguna infernal astucia, porque este temor no sólo le hay en la caridad, sino que sólo le hay en la caridad: aquél es un temor que no se halla en la caridad, del que dijo el mismo apóstol San Pablo (2), «no habéis vuelto á recibir el espíritu de servidumbre y temor»: pero el temor casto y santo «que permanece en los siglos de los si glos» (3) si es que ha de existir también en el otro siglo (porque cómo puede entenderse de otra manera que permanece en los siglos de los siglos), no es temor que nos refrena y aparta del mal que puede acontecer, sino que persevera en el bien que no puede perderse, porque donde hay amor inmutable del bien conseguido, sin duda, si puede decirse así, seguro está el temor de que ha de guardarse del mal. Con el nombre de temor casto se nos significa aquella voluntad con que será necesario que no queramos ya pecar, y que nos guardemos del pecado; no porque temamos que nuestra flaqueza, nos induzca al pecado, sino por la tranquilidad con que la caridad evitará el pecado, y no ha de haber temor de ninguna especie en aquella cierta seguridad de los perpetuos y bienaventurados gozos y alegrías.

Así se dijo: «el temor del Señor es casto y santo, perdurable en los siglos de los siglos» (4), como se dijo: (1) San Pablo, II ep, á los Corinth, cap. II.

(2) San Pablo, ep. & los Roman., cap. VIII, Non enim accepistis spiritum servitutis iterum in timorem.

(3) Salmo XVIII. Permanens in sæculum sæculi.

(4) Salmo XVIII. Timor Domini castus permanens in sæculum seculi..