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San Agustín

«la paciencia de los pobres no perecerá eternamente» (1); porque la paciencia no ha de ser eterna, supuesto que no es necesaria sino donde se hayan de padecer trabajos, mientras que será eterna la felicidad á donde se llega por la tolerancia. Por eso se dijo que el temor santo permanece y dura por los siglos de los siglos; porque permanecerá aquello á donde nos conduce el mismo temor. Y siendo esto cierto, ya que hemos de vivir una vida recta é irreprensible para llegar con ella á la bienaventuranza, todos estos afectos los tiene rectos la vida justificada, y la perversa perversos. La vida bienaventurada y la que será eterna tendrá amor y gozo, no sólo recto, sino también ya cierto, y no tendrá temor ni dolor: por donde se deja entender y se nos descubre con toda evidencia que tales deben ser en esta peregrinación los ciudadanos de la Ciudad de Dios, que viven según el espiritu y no según la carne, esto es, según Dios, y no según el hombre, y que tales serán en aquella inmortalidad á donde caminan: porque la ciudad, esto es, la sociedad de los impíos que viven según el hombre, y no según Dios, y que en el mismo culto falso y en el desprecio del verdadero Dios siguen las doctrinas de los hombres ó de los demonios, padece los combates de estos perversos afectos como unas malignas enfermedades y turbaciones del ánimo, y si hay algunos ciudadanos en ella que parece que templan y moderan semejantes movimientos, la arrogante impiedad los ensoberbece de manera que por lo mismo son en ellos mayores las hinchazones, cuanto son menores los dolores. Y si algunos, con una vanidad tanto más inténsa cuanto más rara, han pretendido y deseado que ningún afecto los levante ni engrandezca, y que ninguno los abata y humille, más bien con esto han venido (1) Salmo I. Patientia pauperum non peribit in æternum.