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Página:La estafeta romántica (1899).djvu/102

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B. PÉREZ GALDÓS

dos hijas de un mismo padre. Si nuestras madres se hubieran conccido, se habrían detestado cordialmente. La mía y la suya eran dos madres de índole, sangre y gustos muy distintos: como ellas salimos nosotros; fuimos nuestras madres redivivas, sin que el padre común nos diera nada que igualase la desigualdad ni conciliara lo inconcilia- ble. Hace algunos años, la herencia del tío Sobremonte fué causa de que nos pusié- ramos al habla mi media hermana y yo para evitar litigios dispendiosos: no hubo más remedio que entrar con ella en corres- pondencia, la cual dió aspecto de paces du- raderas á lo que no fué más que negocia- ciones transitorias, mirando cada cual por sus intereses. Concluímos, y al final dióme Juana Teresa nuevo testimonio de su mali- cia y desconsideración. No hemos vuelto á escribirnos. Ya te contaré cosas de ella, y cosas mías, que ambas las tenemos, cada una según su natural, y comprenderás cuán difícil es que seamos amigas enteras, siendo, por ley de naturaleza, hermanas partidas. Yo no me ocupo de ella jamás, ni la nombro para nada; ella no procede del mismo modo con respecto á mí, y la distan- cia que nos separa no impide que lleguen á mi oído (por desgracia, sutil) las ironías de Cintruénigo. Por hoy no te digo más.

¡Ah! si: te digo que mi secretico de dos caras, por una suplicio, gozo inefable por otra, no lo sabe Juana Teresa. Si lo supiera, creo que ya sería del dominio público, y me