ahilada tibieza, contaminando fiebres con su desabor de hongo, maceraba las carnes en una flaccidez de putrefacción. Así vino la noche y así fondearon, reprimiendo apenas torvas intenciones, como sepultados por la temerosa enormidad del bosque que la noche espesaba y la parálisis tórrida del ambiente; cuidadosos de no mostrarse miedo bajo la respectiva capa de impasibilidad salvaje y de castellana altivez, en una roedora tensión de nervios y de voluntades.
Mas, de allí á poco, el cacique, interpelado decididamente, condescendió por primera vez a una respuesta. Sí, desviaban un poco el rumbo, mas para vadear cuanto antes las aguas aprovechando su mismo desborde. Conservaban la buena dirección, y al otro día, temprano aún, tocarían cerca del real patriota. Dicho esto revistó con una mirada á sus hombres, acurrucose en el fondo de su canoa y se durmió.
Su ejemplo no influyó, á pesar de la seguridad relativa que dimanaba de su discurso; y pasaron la noche en vela, si bien forzados no poco por los vampiros cuyo vuelo rozaba sus cabezas desflocándose en espeluznante vellosidad.
El día amaneció serenísimo, coloreándose fogosamente de aurora. Puestos al remo los indios, el cacique reiteró sus seguridades con sonrisas de