Durante un rato permanecieron silenciosos, mirando el resplandor de la seroja con que acababan de avivar el fuego, y pintando marcas en la ceniza: un mástil terminado por el extremo superior en doble gancho, por el otro en doble martillo, y atravesado en el medio por una ese horizontal; un cono truncado por una rodelita de la cual arrancaba hacia la derecha un martillo; un óvalo irregular con una tangente en la punta y paralelo á ésta un diámetro; un tridente cuyo acodillado mango remataba en media luna volcada...
Y como el cabo no se amostazaba por las burlas, los cuentos continuaron.
Un día el tigre, acompañado por su sobrino el zorro, salteaba en los montes. A eso de las doce, fatigado ya, se durmió á orillas de una represa, encargando á aquél la vigilancia de los alrededores.
Llegó á beber una manada de ovejas; pero el tigre despreció semejante gentuza.
Vino un buey. Muy viejo; no agradaba. Acudió un pollino. Mala carne; gusto á sandía!...
Por último, el centinela voceó:
—Tío, allá...á...á... viene un polvito...
—Qué polvito será, Juan?
—Un cojudo gordo como pa' rajarlo con la uña!
El tigre, atisbando desde las matas, saltó sobre el potro y de un zarpazo lo descalabró.