Comenzaron la carneada. Primero el tío se almorzó la sangre. Luego descuartizaron la res. Juan ayudaba en silencio, esperando las achuras; mas, según dijo el tigre, la consorte de la piel manchada apetecíale mucho; por lo que una vez acabada la faena, remuneró á su sobrino con la vejiga; y poniéndolo de atalaya otra vez, continuó su siesta.
Lo ojos hilarantes del cabo se animaban. Su tino de hombre experimentado acuminábase en malicia. Brincábale sobre el pecho la barba canosa; y remolón por habilidad de cuentista, encarnizábase con una pizca de coca que había quedado en el fondo de su escarcela.
Ah, viejo!...
Tuáutem de cualesquiera jolgorios, acreditábanlo al par sus mañas y la politrofia de su vientre insaturable.
—Bueno, pues:
Juan contemplaba la achura inservible, muerto de hambre. Por distraerse la infló, mientras combinaba proyectos de hartazgo, hasta que al fin sacó partido de su propia escasez.
Atrapó y encerró en la vejiga diez moscardones de los que la carne había atraído, atando el perendengue á la cola de su tío cuyo sueño interrumpió al grito: