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LA GUERRA GAUCHA

—Tropel, tropel de gente!...

El tigre pegó su oreja al suelo. Engañolo el zumbido del espantajo, y abandonando su presa se hizo humo, perseguido por la vejiga de moscardones.

Desde esa vez, cada que el zorro halla una carroña, esconde antes de aprovecharla, una tajada en la inmediación; y no bien percibe al pariente, huye, pero con la provisión asegurada.


El alférez picaba tabaco en el revés de su carona. Mordía la daga el mazo, y de tiempo en tiempo su dueño iba chaireándola sobre las piedras que en trébedes sostenían la pava. Sólo aquellas lameduras de acero turbaban el silencio. Completada la ración de vicio, el hombre la embolsó en su tabaquera ajustando la jareta gravemente. En las acartonadas tejas de la lechiguana esparcidas sobre un tronco, brillaban cual ringleras de topacios los alveolillos llenos de miel.

Pidiose otro cuento al cabo, inagotable en eso. Queríanlo y respetábanlo á la vez por su capacidad, así trapaceara un pleito como cateara una mina. Ninguno era más industrioso en expedientes culinarios, desde asar envuelto en lodo el pescado para reemplazar el horno, hasta aprontar al vuelo