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VIVAC

una aloja, improvisando con un guardamonte el noque. No se desprendía de una limeta con enjundia de avestruz para las desortijaduras y de una lanceta que consistía en buido diente de vizcacha, para sajar ventosas. Celebrábase sus narraciones y se le oía noches enteras. Ahora redoblaba la atención, pues prometía un cuento de aparecidos.

—Un vecino de cierto lugar se murió y lo enterraron, practicándose á los ochos días el lavatorio de la viuda y los enseres del fallecido en un arroyo cercano. Y como de costumbre, lavaron también y ahorcaron á su perro.

Propalaban algunos que murió mal con la mujer — ánima bendita! — y que no había querido firmarle testamento. Sea como fuere, al año justo, una vez que oyera misa por su descanso en el pueblo, volvieron escoltando á la viuda hasta su hogar. Ésta se encerró en la alcoba, mientras su servidumbre agasajaba a los acompañantes sentados en torno de la casa, con chicha y coca, hasta que llegase la media noche y la patrona apareciese vestida de rojo, señalando á la vez el fin de su luto y el comienzo del baile con que se festejaba.

La noche era clara, aunque sin luna. En grupos cuchicheaban, unos de carreras, otros de no-