arisco el bigote, intonso el cabello á la nazarena. Ella bien espigada en sus dieciocho años, casi del todo blanca, llenos los ojos de narcótica tiniebla, y los cabellos, en su lacia negrura, abiertos sobre la frente cual remos de golondrina fatigada. Por su grácil belleza atribuíanle noble estirpe. Quien la achacaba á un visitador de Real Hacienda, transeúnte por allá; quien á un segundón tronera, reo de Inquisición, que atesorar en el pueblo muchos cariños...
De un tiempo antes la maternidad, transfigurándola, engrosó sus labios y empañó su cutis con internas sazones de fruta, en conjunto á la vez de sumisa animalidad y plenitud angélica. Desde las entrañas en trabajo demacró su rostro una turbación del que al parecer anticipaba los dolores del trance; y á la alucinación del misterio latente en ella, exuberó más dichosa, más hembra con su hermosura que el contacto del varón aun remozara, mudados en racimos dolorosos los estrictos senos de la virgen, el agraz en néctar, la linfa en sangre.
La joven y el caudillo disfrutaban su himeneo en parangón con los pájaros, sin otra consagración que sus ósculos; y á esta circunstancia apeló entonces el licenciado. Lo que nunca, salió visitándolos una mañana; mostróse otra y más veces; amonestó con el recato y con las culpas...