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TÚMULO DEL GENERAL DULCE.

A fines de Noviembre llegó á Barcelona el cadáver del general D. Domingo Dulce. Pocos momentos después del arribo del tren-correo de Francia, se adelantó hacia el interior de la estación un wagón completamente enlutado, que ostentaba una bandera nacional ;i media asta. En los costados de dicho wagón se destacaban los escudos de armas del finado, v en la testera las iniciales D. D. y una corona de marqués. En el centro de este wagón se veia el féretro, colocado, según ordenanza, sobre una cureña, y cubierto con un sencillo paño negro galoneado de oro. En los cuatro ángulos del wagón habia otros tantos gastadores del regimiento infantería de Saboya, número 6.

A este wagón seguían dos mas, uno y otros descubiertos que conducían un piquete del propio cuerpo, é inmediato venia el coche-salon, del cual se apearon el padre político de S. E., los albaceas testamentarios, el general Córdova, algunos amigos íntimos del finado, los jefes del ferro-carril y otras personas distinguidas.

Al llegar el cadáver al estremo del cobertizo, el clero de la Merced cantó un solemne responso, después del cual se quitó de la cureña el ataúd, que era de madera de roble; y mientras los sacerdotes rezaban el «De profundis» y los tambores batían marcha, se colocó en la rica cama-mortuoria que se había dispuesto en el salón de salida de la estación de Granollers. Hallábase éste completamente enlutado, brillando en letras de oro las iniciales de S. E. con la corona. La cama donde se dejó depositado el cadáver era de gran lujo, con colgaduras de terciopelo negro bordado de oro, de cuyo precioso metal eran también las borlas, flecos y demás adornos. En la testera se destacaba la imagen del Señor Crucificado, al pié de la cual se leia esta frase de Job: «No me queda nada mas que el sepulcro.» Cuatro columnas de color oscuro sostenían una especie de cúpula de la cual pendían dos ricas cortinas de terciopelo con adornos de oro. Al rededor del cadáver ardían gruesos blandones que acababan de dar al recinto el triste aspecto, que pueden ver los lectores en el grabado que reproducimos, de esta muda y dolorosa escena.


EL INVIERNO.

Cuando andaba por el mundo el famoso Diablo Cojudo, era muy fácil con su ayuda ponerse en las nubes y ver á un tiempo infinitas escenas domésticas. El diablillo levantaba los tejados como quien destapa una caja, y sus protegidos contemplaban á un tiempo diversos cuadros.

Los artistas han heredado de aquel personaje, que ha huido de las luces del siglo XIX, el privilegio de ofrecernos el mismo espectáculo, sin esponernos á caídas y sin deteriorar los edificios públicos.

Ahí tienen ustedes el Invierno; ahí está ese dibujo que da frío, ese cuadro, en el que una sola mirada basta para abarcar una época del año en todas sus manifestaciones.

¡Cómo se engolfa la imaginación contemplando las distintas escenas que constituyen los rasgos característicos del Invierno! La nieve, el huracán: hé aquí los principales protagonistas del poema.

El Otoño ha dejado á los árboles sin hojas, los infinitos matices del verde de los campos desaparecen bajo la blanca capa de la nieve. En los mares del Norte, junto al Polo, quedan las naves aprisionadas por el hielo, y allí, rodeados los marineros de montarías de nieve, alejados del mundo, aguardan la primera sonrisa de la primavera para romper los grillos que los encadenan.

En los bosques aparecen las fieras hambrientas, y los lobos, abandonando sus madrigueras, se acercan á los pueblos, bajan á los valles, y en sus tétricos aullidos, revelan la desesperación de su voraz estómago.

Ved los caminos, los puertos cómo están... La nieve ha borrado las veredas, las diligencias se atascan en aquella profunda alfombra de nieve , los caballos resbalan , los viajeros se encomiendan á Dios. ¡Quién sabe si dormirán en breve en el fondo del precipicio! ¡Quién sabe si una avalancha, desprendiéndose de la montaña próxima, servirá de fúnebre losa á los que arrostran los peligros por ver á un padre enfermo, por regresar al seno de una familia amada!

Mientras esto sucede en los caminos, en los Alpes, en los Pirineos, en todas las montañas, hay poblaciones enteras cubiertas de nieve.

Los moradores se comunican por verdaderos túneles, y muchos de ellos, aislados en las cabañas, viven cuatro, cinco y seis meses en un sepulcro, sin ver la luz del dia, sin conversar con sus amigos, completamente desterrados del mundo.

Pero tranquilizaos: tienen en abundancia troncos de encina, y los tizones no fallan nunca en las grandes cocinas. Allí se reúne la familia; alli, en las largas horas del invierno, refiere el abuelo las tradiciones, cuenta el hijo que ha viajado todas sus impresiones de viaje, enseña la madre á rezar á sus pequeñuelos, y todos trabajan fabricando esos juguetes que son la delicia de los niños, de las grandes ciudades, labrando almadreñas ó zuecos.

¡Ah! si viéraís su alegría cuando la nieve se deshace, cuando penetran en las chozas los rayos del sol, cuando pueden salir de sus moradas y ver el valle bordado por cristalinos arroyos, cubriéndose de verdura... nada, nada hay comparable á su felicidad, á su ventura. ¡Con qué efusión dan gracias al Altísimo! Son y tienen que ser por fuerza religiosos, porque contemplan mas de cerca á Dios que nosotros los que habitamos las ciudades, los que tenemos para pasar las noches frías teatros que recreen nuestra imaginación, suntuosos bailes que halaguen nuestra fantasía y esciten nuestras pasiones, magníficas chimeneas en nuestros gabinetes, carruajes que nos conduzcan á nuestras abrigadas habitaciones, pieles que nos resguarden de la intemperie.

Pero ¡cuántas veces mientras nosotros gozamos en los saraos y en los espectáculos, se hielan en las calles los pobres que tienden una mano al transeúnte; cuántas en míseras bohardillas, en desvencijadas chozas, procura el amor paternal quitar con su aliento el frió mortal que amenaza con la muerte á la hija enferma, al niño débil; cuántas el centinela que cumple con su deber amanece helado!

Todas estas escenas tan varias, tan interesantes, aparecen en el grabado que reproducimos; en él ha buscado el dibujante el eterno contraste de la vida; la alegría y el dolor, la suntuosidad y la miseria, las bellezas y los horrores del invierno. Solo su vista hiela la sangre en las venas.

Hasta en esos patines que son el símbolo de una diversión, que recuerdan al hombre jugando con el peligro, buscando calor en el frío, halla el observador motivos para meditar, y no poco, en los misterios de la vida.

Profundizando mucho es como se encuentra la clave en la justicia que preside á todo en la obra de Dios.

El pobre tiene la caridad: el rico tiene un placer mas grande, el de ejercerla.


ALDABON DE LA CASA DEL ARCEDIANO

EN BARCELONA.

El edificio á que pertenece el objeto artístico que reproducimos en este número (véase la última plana), es casi el único que representa el estilo del renacimiento en la capital de Cataluña.

Como trabajo de ferretería es uno de los mejores en su género. Una especie de grifo sostiene la argolla que bale sobre otro vestigio ó mascaron grotesco, ostentando entre sus garras las armas de la casa, suplantado el primero en una gran roseta, compuesta de prolijos calados con aquel buen gusto, capricho y corrección de las producciones más insignificantes de la edad media, á la cual pertenece por sistema el aldabón, aunque debe suponerse fabricado á principios del siglo XVI que es la época en que se construyó el edificio.

Contemplando objetos como el que nos ocupa, no puede uno menos de comparar la época en que fueron fabricados y la época en que vivimos.

En aquella la quietud, la conciencia, el arte por el arte: en ésta el movimiento, la fiebre, el efecto, el arle unido á la especulación.

La fiebre de hoy se calmará, ¿pero vendrán nuevas obras de arte á recordarnos los prodigios del renacimiento? Esto es lo que nadie puede decir. De todos modos, lo cierto es que cada época tiene un carácter especial, y para estudiarle, nada hay mas eficaz que las huellas del arte.


LA FIESTA DE LOS NEGROS EN LA HABANA


EL DIA DE REYES.

Vamos á hablar de los negros, pero tranquilícense aquellos de nuestros lectores que deseen la emancipación de los esclavos: hoy van á verlos completamente libres, en el dia en que rompen momentáneamente la figurada cadena para entregarse á la espansíon y la alegría, para celebrar la fiesta de su santo patrono.

Mucho hay que hablar acerca de la infelicidad ó la ventura de la raza de color, que en las colonias de España permanece aun esclava.

Hay quien cree que aquellos seres son más dichosos en las Antillas á pesar de los rudos trabajos y de la vida ahogada que viven, que en su patria primitiva.

Hay también quien cree lo contrario; hay, por último, quien desea la abolición completa de la esclavitud y la libertad de la raza por su perfeccionamiento.

Somos artistas, amamos á la humanidad: natural es que anhelemos la perfección y tras de ella la libertad.

Pero aun los que mas lamentan la desventura del esclavo, si llegaran á la Habana en el día de Reyes y presenciaran el espectáculo que ofrecen los negros en aquel dia, olvidarían todas sus lamentaciones para esclamar:

—¡Hé aquí el verdadero júbilo! ¡Hé aquí la espansion ¡He aquí la felicidad suprema!

—¿Pues qué pasa en la Habana en el dia de Reyes?, preguntará el lector que no conozca las costumbres de nuestra hermosa y rica antilla.

Sucede que asi como en la antigua Roma concedían los señores á los esclavos un dia al año, en el cual podían estos decirles toda la verdad, en la Habana los negros son completamente dueños de sí durante lodo el dia de Reyes, y lo aprovechan solazándose con un entusiasmo verdaderamente tropical.

Cuando al pasar por algún ingenio, cuando al cruzar las calles de la Habana veáis alguna negra ó algún negro pensativos, no os figuréis que sufren: piensan en el disfraz con que se engalanarán el dia de la fiesta, en el refinamiento de regocijo que llevarán á ella, y los'trescientos sesenta y cuatro dias del año apenas bastan al esclavo y al liberto para meditar en la diversión que les aguarda ó para recordarla después de haber pasado.

En ese dia de espansion y de júbilo, los amos de los negros se complacen en prestarles para que se atavien sus mejores trages, sus mejores adornos, y á veces hasta sus mejores alhajas.

En posesión de cualquiera de estos objetos, el negro los combina, los modifica, los arregla á su capricho, y hace cuestión de amor propio el presentarse á sus camaradas de una manera más original, más vistosa, más artística que ellos.

La fiesta es una continua mascarada exornada con bailes, músicas, y una algazara y un griterío infernal.

El primer rayo de luz del dia 6 de enero, es la llave que abre la prisión del esclavo para dejarle disfrutar durante lodo el dia y toda la noche de la libertad.

Nada más abigarrado ni más pintoresco, que el conjunto que forman los héroes de la fiesta con sus disfraces.

Uniformes viejos, vestidos de .baile usados, restos de las modas antiguas, figurines caprichosos de las modas del porvenir, todo lo emplean para ataviarse aquellos infelices, cuya felicidad pueden en esta ocasión envidiar hasta los mismos blancos.

Los negros criollos, es decir los indígenas, son los que más se distinguen por la elegancia de sus trages.

Los negros de nación, recordando su patria perdida para siempre, usan el distintivo de la tribu á que han pertenecido antes de ser esclavos, y volviéndose á reunir en grupos los de cada tribu, ofrecen á la vista del observador todas las gradaciones de color.

Allí aparecen las razas de los lucumís y ganges al lado de las de los congos, mango, arara y caraboli.

Todos ellos recuerdan sus fiestas nacionales bailando las danzas de su patria al compás de los mismos primitivos instrumentos peculiares del Africa.

Como hemos dicho el bullicio, la algazara empiezan desde el amanecer. Todo es ruido y movimiento en la ciudad.

Los balcones se llenan de curiosos y en ellos lucen su belleza las encantadoras habaneras.

Entre el bullicio resuena el agudo sonido de los pitos, de las cañas, el ruido de los platillos y de los triángulos, las penetrantes tocatas de los cuernos; y también contribuyen al concierto las guitarras, los bangos y los chillones organillos.

El que más puede alborotar es el que más aplausos recoge.

No pocos llevan tamborines formados con troncos de palmera huecos y cubiertos con piel.

Todos estos instrumentos sirven para que las parejas ejecuten esos bailes nerviosos, en los que las figuras de los bailarines se descomponen, se transforman y se dislocan.

Pero no es solamente las músicas y las danzas lo que llama la atención en esta abigarrada y divertida solemnidad.

El grabado que publicamos en este mismo número dará