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someterse á múltiples exigencias críticas que apenas cono cieron nuestros antepasados y que lioy tantos abrigan, fuerza será que asi en el conjunto como en los pormenores de las obras de su dominio, aparezcan la verosimilitud y la propie dad en todo aquello que sea compatible con la expresión convencional , inherente ¡í las creaciones de lo bello. Y bajando ahora de la esfera de la abstracción al mundo de la realidad, se preguntarán muchos á sí propios: ¿Qué vida goza hoy el Arte en Europa? ¿Cumple severamente con las leyes de su naturaleza? Estas mismas preguntas se dirige también La Ilustración Española y Americana al presen tarse en o! estadio de la prensa arlístico-literaria. Parece á primera vista que arrastra una vida desfallecida si se compara su actual florecimiento con el que alcanza la industria en todos sus ramos. En efecto, con ésta, símbolo délos intereses materiales dominantes en la época, nadie puede competir.

Desde el pastor suizo que emplea sus ocios en labrar ju guetes infantiles, hasta el famoso prusiano que imagina enlósales cañones de acero fundido para sepultar al primer disparo el gigantesco navio en los abismos del mar; desde el procedimiento más sencillo para abreviar cualquier uso doméstico, hasta la mas completa máquina que roba al trabajo centenares de brazos; hay una dilatadísima escala de personas y una serie casi inmensa de productos que ha cen de la industria un imperio poderoso. Pero no impide esto que otra numerosa generación de inteligencias ejerciten su poder en dar forma á las inspiraciones del Arte. Alema nia, Italia y Francia poseen con diversos caracteres obras y personas harto conocidas por su relevante mérito para que nos creamos en la necesidad de recordarlas á lectores ilus trados. Multiplícanse los centros artísticos, renuévanse las exposiciones, difunde la imprenta sus producciones pinto rescas, y una forma estudiada se apodera muchas veces de los objetos de la vida familiar. Todo, pues, indica que el Arte florece en el mundo de la cultura, y que os errónea la apreciación, nada rara , según la cual ha perdido la be lleza su poderío en este siglo.

No indica esto, sin embargo, que los artistas caminen siempre por sendas legítimas, pues harto ve-nos por des gracia que el deseo de un vil lucro, la relajación de la moral y las veleidades de la moda han extendido por todas parles libros chocarreros, innobles caricaturas, composi ciones musicales frivolas ó grotescas. Tampoco puede ase gurarse que el gusto exquisito sea la norma de algunos ingenios que sobresalen entre los contemporáneos, pues hay no'ablos producciones que hablan en contrario sen tido ; y si no se cree tal aseveración , recuérdense el nuevo gran teatro de la ópera de París y la música del porvenir, hijos uno y otra de hombres de mucho talento , como lo son Garnier y Wagner. Pero, de todos modos, siempre resulta que el Arle vive , florece y tiene calor propio. Natural es ahora que concretemos aun más estas someras consideraciones , y las refiramos al estado especial de nues tra patria, á la cual antes no hemos nombrado. ¿Prospera hoy en España el Arte? No puede ser muy lisonjera la respuesta, si juzgamos por la impresión que deja en el ánimo el año que va á espirar. Alguna que otra señal aislada de existencia, alguno que. otro corazón que aun se abre á las impresiones de lo bello , alguno que otro autor entregado á propias inspiraciones, son los únicos indicios que revelan su vida, pero por lo mismo no puede decirse que sea ésta muy afortunada y floreciente. Y, sin embargo, la necesidad de que se restaure y se desarrolle, existe. (Irán número de. individuos, que separadamente se lamentan de la deca dencia, acuden presurosos á contemplar cualquier obra que aparece de las artes plásticas, á presenciar una produc ción dramática que recuerda los buenos tiempos del teatro, á oir con entusiasmo las creaciones clásicas de los grandes músicos. Hasta la oratoria, que no es más que un arte, seduce en ocasiones á entendimientos privilegiados, consi guiendo triunfos que la severa razón rechaza. Todo demues tra la influencia del arte y su necesidad.

En este aplanamiento momentáneo; cuando las exposi ciones bienales se hallan suspendidas indefinidamente; cuando los coliseos de Madrid y de provincias en su mayo ría sólo rinden homenaje á estériles y perjudiciales bufona das; cuando en folletos, libros y periódicos imperan el epi grama y las ardientes invectivas de la política , se experi menta dulce satisfacción al ver demostraciones públicas de opuesto carácter.

Un ilustrado magnate que construye un suntuoso pala cio da ocupación á excelentes pintores y escultores españoles que van á dejar en él las huellas de su genio, producién dose obras tan bellas, como lo es, entre otras, la preciosa estátua en mármol de Santa Teresa, ejecutada por el señor Martin. Publica un poeta distinguido un poema ti tulado El Drama universal , y un prosista, que no lo es menos, una novela llamada Doña Francisca; y ambos autores, los señores Canipoamor y Cutanda , revelan eleva das aspiraciones separándose de los trillados caminos por donde va la multitud entregada á la frivolidad y el pasa tiempo. Se ejecutan y perfilan en cuartetos y conciertos, bajo la dirección y con el concurso de profesores excelentes, las grandes creaciones de los grandes maestros alemanes, oyén dose á veces en los recintos donde aquellas resuenan, reso nar también otras de jóvenes compositores compatriotas nuestros. Por último, tres ó cuatro artistas y editores músi cos de valía ofrecen de su peculio premios á óperas españo las, y el concurso se ve favorecido por algunas de no vulgar mérito. El arte español puede reflorecer.

Asi encuentra La Ilustración el arte patrio y el extranjero, al aparecer en nuestra sociedad. Su intento, su noble propósito se dirigen á favorecer el que de cerca nos loca, en cuanto esté á sus alcances. ¡Quiera Dios prestarle su protección como dispensa á los campas la lluvia que los fecunda!

Antomo Ahsao.


HERCULANO.

I.

«España ilelihi empeñarse en con quistar ;l Portugal, solo para tenerle por riudadano.»

Mac.iI'LAV.

Los periódicos do Madrid publicaban poco tiempo hace un telegrama de Lisboa que decía ds este modo: «El eminente historiador Ibeseniuno ha comido hoy con el ministro de Es paña;» y mas adelante insertaban esta rectificación: «En el despacho de Lisboa de anoche, léase Jícrculano en lugar de Itcscnluno.»

Era imposible mayor, ni mas triste y elocuente disparate. Si mañana trajeran los hilos eléctricos uu despacho en que, con cualquier motivo , se cítara por ejemplo al distin guido historiador Tier, es seguro que desde el último tele grafista, hasta el mas novel gacetillero, escribirían de cor rido Thiers ó Tierry; es decir, el nombro de uno de los his toriadores europeos que tengan por componente las cuatro letras indicadas; porque no hay quien no esté familiarizado con ellos; pero tratánd .se de Portugal es muy diferente , to do el mundo se considera dispensa lo de emocer, ni siquie ra de oidas , el nombre insigne del gran escritor Alejandro Herculano, que no tiene boy en Europa mas rival en las cien cias históricas, que Laurent, el sabio pensador que ha, pu blicado en Gante los Eludes sur l'histoirc de ihumanité. Hace ya mas de veinte años que á primera hora de la no che aparecía constantemente en el Gremio Littcrario de Lis boa, espléndido centro de reunión que ofrece alguna seme janza á nuestro Ateneo, un hombre alto, delgado, de sem blante grave y de espaciosa y bien proporcionada frente, que en dos horas devoraba tola la rica colección de periódicos y revistas alemanas, inglesas, francesas y españolas, de que abundantemente está provisto el Gremio.

A la hora fija aquel hombre abandonaba el gabinete de lec tura, se dirigía á la plaza de Camoens, bajaba á la orilla del Tajo y, siempre á pie con su paraguas en la mano, seguía á paso lento, marcado el compá; de la reflexión , el laberinto de callos, callejuelas y calzadas, que al cabo de una legua conducen á la csplanada en que se halla colocado el palacio de la Ajuda.

Aquel hombre extraordinario que tan penosa y tan estravagante caminata emprendía, con bueno ó mal tiempo, por sitios solitarios y sin alumbrado en su mayor parte, hacia en aquella jornada la Historia de Portugal: durante el dia re gistraba las crónicas , examinaba los documentos, investiga ba lo pasado; al ir á Lisboa meditaba sobre la lectura del dia; en el Gremio se ponia al corriente de los adelantos contem poráneos; á la vuelta hácia su estudio, auxiliado por la sole dad y las tinieblas , que parecían servirle para evocar y pa sar revista á los héroes y los sucesos históricos, para escu char la voz de los unos y penetrar el secreto de los otros; á la mañana siguiente consignaba en el papel la composición que había formado en el paseo de la noche anterior, y contia nuaba su árdua tarea sin salir de ese método mas que un dipor semana: el sábado.

Al O. do Lisboa, sobre una colina que domina á la cíu dad, al Tajo y á la barra, se levanta, sobre la esplanada á que arriba hemos aludido, el magnífico aunque solo comen zado palacio de la Ajuda, opulenta residencia de los reyes de Portugal, que tiene por horizonte uno de los mas deliciosos panoramas que pueden encontrarse en Europa.

A cincuenta metros de aquella inmensa masa de piedra, hay una casita de dos pisos, que p ir muchos años ha servi do de morada al rey de los historiadores de la raza latina en la edad moderna.

De aquella vivienda, jamás visitada por ningun viajero como curiosidad de Lisboa, ha salido por primera vez la histo ria crítica de la Península ibérica , limpia de las consejas de narradores fanáticos ó hipócritas y de las falsedades levanta das por cronistas á sueldo de la corona.

Allí se han retratado con la exactitud de la fotografía los hombres, los acontecimientos, las instituciones, pintando en miles de páginas, que alternativamente entusiasman ó in dignan, cuadros maravillosos de la menguada vida porque, á través de tiempos deplorables, han pasado las generaciones de este infortunado pueblo peninsular, empleando al escribir un estilo rígido, pulido y penetrante como el acero, elevando el ánimo, con la magestad de una frase enteramente nueva, á la~exaltación de la verdad y desvaneciendo con el vigor de los razonamientos , lodo el ridículo artificio de viejas y ab surdas tradiciones.

Nunca hubo vecinos ligados por amistad mas cordial, que el que un (iemj)o (corto por cierto para desdicha de Portu gal) fue dueño del palacio de la Ajuda y el que moró en la modesta casita contigua á él.

Como modelo fenomenal de amistad entre un rey y un es critor, se suelen citar las relaciones de Yoltaire con Federico de Prusia, personajes que vivieron cierto tiempo bajo un mis mo lecho, el uno en el primer piso y el olro en el segundo del palacio de Rrescia; Federico empleando la mañana en rimar y enviando á Voltaire las páginas, húmedas aun, para que las revisase; Yoltaire felicitando á Federico por su talen to y dirigiéndole en cambio notas diplomáticas sobre la po lítica europea : la amistad de los dos vecinos de la Ajuda, en nada se pareció á-aquella.

Herculano nunca dijo de don Pedro Y, como Yoltaire de Federico, la lisonja de que le hubiera «enseñado á hacer ver sos mejores que los suyos:» don Pedro jamás se propuso, como el rey de Prusia de Yoltaire, aesprimír la naranja del genio» de Herculano «y arrojar después la ciscara,» ni este tuvo nunca que desquitarse de tan dura frase diciendo con alusión á los versos del rey : «Yo lavo la ropa sucia de S. M. » Es que Herculano presenta muy pocas semejazas de carácter con Yoltaire, y don Pedro V, el fundador de la Escuela superior de letras y del Observatorio astronómico, el heroico defensor de su pueblo contra los estragos de la fiebre amari lla, en nada se parece al que funda toda su gloria en la guer ra de Siete Años, en la campaña de Silesia, en las batallas de Soor y de Rosbac , y en la toma de. Spandan , cuyo mérito efectivo consiste en haber sacrificado á las armas un número de personas equivalente al que don Pedro salvó con el ejem plo de la abnegación y la caridad. Héroes como Federico ha habido muchos en el mundo, aunque ninguno tan grande como el cólera, el mas grande de los Césares que han barri do la humanidad; héroes como don Pedro V son rarísimos en los anales de las testas coronadas.

La amistad de Federico y Voltaire, una de las páginas más dramáticas del siglo XVIII, es la lucha entre dos diplomáticos, mejor dicho, entre dos campeones que representaban las dos migestales próximas á agitar el mundo con su pelea: la espada y el pensamiento.

La amistad de don Pedro V y Herculano, es el emblema de la única alianza posible entre esas dos magestades desde mitad del siglo XIX: el primero es un príncipe modelo que, sin afectación alguna de ello, esludía seriamente, piensa como un filósofo, asiste puntualmente todas las noches á confun dirse con los alumnos de una cátedra de la Academia de Cien cias, separa de su exigua lista civil todo lo necesario para fundar costosos establecimientos de enseñanza, deja la coro na en palacio para ir á recibir lecciones, niega á Folque per miso para ofrecerle la corona de la ciencia, con una inscrip ción en el frontón del Observatorio, no gusla de llevar más que una cruz «la que él se ha ganado,» la de la fiebre ama rilla, y después de haber dado á Portugal un impulso extra ordinario, cuando bija á la tumba lleva tras de sí cíen mil personas de todas las clases, que con el llanto en los ojos y la amargura en el semblante, se afanan en buscar inútilmente algo que sirva de indicio de que aquella muerte no ha sido natural, para desahogar en ese algo, sea el que quiera, lo hondo de la desesperación general.

Herculano es como mas adelante veremos, la naturaleza peor corlada para ser cortesana, es el hombre que ha em pleado su vida entera en estudiar á los reyes y en seguir pa so á paso los infortunios de los pueblos; no cabe preparación mas detestable para contraer amistad con un monarca; pero como aquel monarca se empeñaba en acercarse al historiador, cifrando su ambición en merecer aprecio, y como el historiador tuviera al fin que reconocer que á aquel princi-