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nes que no cruce por las calles y por las carreteras caballero en un velocípedo, ganando tiempo y dando pesadumbres á los zapateros, pues es indudable que estos serán los únicos perjudicados.

No hay para qué recomendar el velocípedo á los deudores que anhelan perderse á la vista de sus acreedores; escusado es avisar á los maridos celosos que siguen la pista á sus es posas infieles y también es inútil hablar de velocípedos á los Tenorios callejeros eternos perseguidores de las niñas de buen palmito que circulan por calles y paseos.

La importancia de los velocípedos se demuestra ya en to das las grandes poblaciones donde se forman sociedades para generalizar el uso de estos aparatos y aprender sobre ellos una especie de equitación que á la par que es útil, es tam bién recreativa y gimnástica.

Fuerza es confesar sin embargo que el velocípedo está en su infancia y que por lo tanto aun no ha llegado á donde de be llegar, su término hasta hoy desconocido, seguramente ha de ser glorioso, pues nos induce á creerlo asi la buena estrella con que lia nacido y la escelente acogida rué le han dispensado las naciones civilizadas.

¿Cómo no hemos de creer en su brillante porvenir al ver que el velocípedo casi al nacer se lanza á empresas atrevidas con una travesura casi temeraria, salvando los peligros yconsiguiendo triunfos envidiables?

Vamos hoy á dar cuenta de una de estas atrevidas empresas.

El velocípedo había recorrido las calles y piscos de París: siempre ligero y esbelto pasaba cautivando los ánimos y jugueteando por opuestas dimensiones como si fuera dueño de la tierra.

Pero no estaba satisfecho luciéndose en los paseos y quiso cernerse en medio del espacio, mostrar su agilidad en las regiones del aire, y al borde del abismo para burlarse de los elementos y cruzarlos con su acostumbrada coquetería. Verdad es que si el velocípedo ha alcanzado hace pocos meses una envidiable fama, no la ha logrado ménos un atrevido norteamericano que le ha utilizado para hacer una jornada tan peligrosa como difícil.

Hé aquí el suceso al que hemos consagrado el grabado que damos en este número de nuestra publicación.

El día 25 de agosto del año último, ha sido atravesado el Niágara en un velocípedo por el profesor (asi le llaman los diarios de los Estados-Unidos) Jenkins sobre una cuerda de mil pies ingleses de longitud y de dos pulgadas de diámetro, colocada en el mismo sitio en que la puso el célebre acróbata Blondín cuando pasó la célebre catarata llevando un hombre sobre sus espaldas.

No es necesario advertir que el velocípedo que In emplea do Jenkins para su peligroso tránsito está construido de una manera especial teniendo en el canto de sus ruedas una hendidura semejante á las ruedas de Ies wagones que cruzan los caminos de hierro. Este aparato forma con el hombre y el balancín un peso de doscientas cuarenta y tres libros inglesas.

Grande fue la concurrencia que asistió á presenciar tan maravilloso espectáculo. El intrépido Jenkins emprendió su carrera con la mayor seguridad y firmeza. Apenas la muche dumbre se atrevía á dar un grito, temerosa de que el menor incidente produjera un descarrilamiento fatal. Pero el velocípedo obediente á la mano del hombre seguía tranquilo has ta colocarse encima del abismo. Entonces Jenkins agitó su sombrero saludando á la concurrencia y sonriendo como quien desprecia el peligro más inminente y confia en que puede desafiarle impunemente.

El público entonces contestó al saludo del hábil gimnasta con una salva de nutridos aplausos y con horras entusiastas y repelidas esclamacioncs.

El éxito mas lisonjero coronó tan atrevida empresa. Pero el velocípedo convertido en objeto do espectáculo público, ha desafiado también la ferocidad de los toros. En el anfiteatro de Nimes (Francia) tuvo lugar no há mucho una corrida en la que los velocípedos reemplazaban á los inofensivos jamelgos que tanta lastima nos inspiran en las corridas tauromátícas.

Si bien es verdad que bajo el punto de visla de la flaqueza nada tienen que envidiar los tales jacos á los velocípedos; en cambio éstos, como carecen de abdómen, libran al público del repugnante espectáculo que le ofrecen á menudo los pencos.

La suerte que reproducimos en un grabado es muy bo nita; pero que se la cuenten á un loro español y ya verán ustedes cómo se rie de los franceses. De cualquier modo hagamos constar que el velocípedo avanza en su carrera, con lo cual no será eslraño que la empleen algún dia los ejércitos para dar cargas de caballería.

D. G.

ALBUM POETICO.

DOLORAS.

LOS PADRES Y LOS HIJOS.

Un enjambre de pájaros metidos
en jaula de metal guardó un cabrero,
y á cuidarlos voló desde el otero
la pareja de padres afligidos.

—«Si aquí, dijo el pastor, vienen unidos
sus hijos á cuidar con tanto esmero,
ver cómo cuidan á los padres quiero
los hijos por amor y agradecidos.»

Deja entre redes la pareja envuelta,
la puerta abre el pastor del duro alambre,
cierra á los padres y á los hijos suelta.

Huyó de los hijuelos el enjambre,
y, como en vano se esperó su vuelta,
mató á los padres el dolor y el hambre.

Campoamor.


DESPACITO Y BUENA LETRA.

FÁBULA

Era un Despeñaperros el camino
(y era el solo que había)
de un monasterio hacia el lugar vecino,
cosa que no es estraña
en lugares muchísimos de España.
En el tal monasterio cada dia
todo monje de misa la decia,
y eran veinte; al contrario,
en el pueblo, de corto vecindario,
un solo sacerdote,
con mucha edad y con achaques ciento,
celebraba (y á veces no podía)
el santo sacrificio:
del lugar acudíase al convento
en caso tal, cruzando un precipicio.
Un domingo, Perote,
pastor de necedad más que presunta,
fíjase á la postrera
misa conventual, casi á carrera;
y en la escabrosa vía
con un viejo encontró, que ya volvía.
«¿Llegaré á tiempo á misa?» le pregunta.
«Hombre,» le dice el viejo, muy al caso,
«tal vez no llegarás, yendo á ese paso.»
Quiso al pastor el viejo
dar el útil consejo
de que, por suelo como el ya descrito,
caminar importaba despacito;
pero al revés, Perote, se lo entiende,
y á correr y correr el necio emprende.
«Te decia, gritábale el anciano,
que no vayas á prisa.» Grito en vano:
Perote no le oyó: sigue y tropieza,
y el infeliz se rompe la cabeza;
y cosa fue precisa
que á su casa el anciano le volviese
con una herida atroz, pero sin misa.
Sostengo, pues, y Pedro lo confiese,
que fue siempre, y será, funesto vicio
la mucha prontitud falla de juicio.

Juan Eugenio Hartzenbusch.


PATRIOTISMO Y ARTE.

II.

No será nuevo para muchos de nuestros ilustrados lectores el asunto de la presente reseña, ni el desenlace del concurso musical de que vamos á hablarles.

Los periódicos diarios, para quienes una noticia interesante tiene sumo valor, se han apresurado á dar, si bien en breves términos, la que á este particular se refiere, imitando al telégrafo que priva de interés á la correspondencia.

La necesidad, sin embargo, ó cuando menos la conveniencia de apuntar algunas ligeras observaciones sobre el suceso á que aludimos, nos obligan por nuestra parte á consagrárselas, aunque desprovistas de atractivo, y en mucho menor número de las que, como era de esperar, ocurren á la imaginación.

II.

Renacida la Zarzuela hace una veintena de años, después de tantos como en los coliseos españoles no alternaban la música y la declamación en una misma obra, anunció desde luego, por las aspiraciones que revelaba en aquella nueva manifestación y por la benévola acogida que obtuvo del público, condiciones de vitalidad y señales de próspera fortuna. Producciones débiles en un principio, producciones de valía más adelante, marcaron un progreso perceptible, y establecieron el género sobre bases sólidas y de carácter permanente que no han podido desnaturalizar por completo las estravagancias de la actual decadencia.


De la controversia que su aparición y rápido florecimiento produjeron entre literatos, músicos y aficionados al teatro, como también de los efectos producidos en el ánimo de la multitud inconsciente, como hoy se dice, puede inferirse que díó origen á tres principales consecuencias; consecuencias muy importantes para la historia del arte español contemporáneo.

Fue la primera la de acostumbrar al público á oír con gusto cantar en versos castellanos que demostraban la aptitud del idioma para servir, muy sobre otros, las necesidades de la música; y si bien es cierto que no siempre eran poéticos y líricos los que se entregaban á los compositores, también lo es que bastaba para aquella demostración examinar los de escritores tan excelentes como Ventura de la Vega, y García Gutiérrez.

Hoy cantar en castellano es común y corriente en muchos círculos de España, si se exceptúa cierta reducida parle de la sociedad que llevada de pueril tradición prefiere á veces los sonidos oscuros y desapacibles de la lengua francesa á los llenos y bien deslindados de la castellana, y aun de la italiana, las cuales por el ore rotundo que exigen son tan á propósito para las inflexiones y matices del canto.

Segunda de dichas consecuencias debe conceptuarse la nueva generación de compositores dramáticos y de obras teatrales que engendró; unos y otras de diversos quilates de mérito, pero en su mayoría con los bastantes para sufrir honrosa comparación con autores y producciones del mismo género, hijos del arte francés, y con mas razón del italiano de hoy.

No es ahora nuestro intento entrar en pormenores sobre este particular, ni citar nombres propios y títulos; lo cual además requeriría especial estudio y grande meditacion. Para conducirá nuestro propósito, basta á las personas ilustradas repasar mentalmente los primeros y los segundos que mayor boga han alcanzado, y considerar qué éxito habrían tenido en el mundo algunas de las producciones creadas, si ejecutadas en París ó en Italia por artistas de reputación universal hubiesen tenido, digámoslo asi, por mercado las diversas naciones en que circulan las obras que de dichos puntos proceden.

Figura en tercer lugar entre los resultados producidos por el restablecimiento y desarrollo de la Zarzuela el mayor y mas vivo impulso dado á la necesidad de crear en condiciones viables la ópera española.

Cierto es que los maestros Carnicer y Saldoni en Madrid, y otros en alguna provincia, como por ejemplo Cujás en Barcelona, habian escrito óperas que en su tiempo fueron bien recibidas; cierto es asimismo que el ilustre maestro Eslava y el no menos distinguido Arrieta expusieron á los azares del mundo artístico á Don Pedro el Cruel, El Solitario, Las Treguas de Tolemaida, Ildegonda, y La Conquista de Granada, pero no lo es menos que las citadas obras, sobre ser en parle de escuela italiana, y en dicha lengua, eran consideradas por la generalidad como manifestaciones aisladas de talentos especiales que no habian de establecer precedentes en el género, ni obtendrían fácil reproducción. Tal creencia recibió, hasta cierto punto, confirmación cuando hace algunos años se vio el mal éxito alcanzado en el ya desaparecido coliseo de la Cruz por algunos entusiastas que intentaron llevar á vías de realización los proyectos de fundación definitiva de la ópera nacional.

Acontecimientos posteriores han llegado á patentizar lo contrario.

III.

Los tres resultados más importantes de la aclimatación de la Zarzuela, apuntados antes someramente, hacían más posible la época en que no fuesen infecundas las ilusiones acariciadas por nuevos é inteligentes compositores. El tercero de aquellos era consecuencia de los dos primeros, pero todos en conjunto contribuían á inspirar en los amantes del arte patrio la risueña esperanza de ver aparecer en su esfera