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desempeño de aquella bellísima partitura encomendada á las señoras Ferni y Testa y á los señores Tamberlick, Squarcia y Antonicci, cuanto por el esmero y lujo con que ha sido puesta en escena. Las tres decoraciones pintadas por Ferri que se estrenaron en esta función agradaron mucho, y sus autores participaron de los aplausos con que la escogida concurrencia recompensó el mérito de todos los artistas que contribuyeron al éxito de la funcion.

Los amantes del arle dramático, los que buscan en el teatro obras literarias, verdaderas manifestaciones del ingenio, concurren al Español, donde el buen gusto no se ha contaminado con el ejemplo de otros teatros, en los que el género bufo hace las delicias de otro público menos exigente.

En este elegante coliseo se In representado últimamente la lindísima comedia del inmortal Morete titulada Lo que son mujeres, que ha sido desempeñada por las señoras Diez. Lamadrid y Lombía y los señores Valero, Catalina (don M.), Fernandez Oltra y Casañer. Los que hayan tenido ocasión de leer esta comedia y conocen las bellezas que encierra, pueden formar una idea del realce que ha tenido en el teatro Español al ser interpretada por actrices y actores eminentes, cuyos nombres están destinados á inmortalizarse en los anales del arte.

En otra esfera menos pretenciosa, aunque amena y divertida, han continuado sus trabajos bufos y cancanescos las empresas del Circo y Jovellanos. El maestro Offenbach continúa en auge y la exhibición de las buenas formas toma incremento ante la aceptad n que una parte del público manifiesta en favor de las graciosas suripantas que con el alma y la esencia del nuevo género.

La gata de Mari-Ramos es una nueva zarzuela original del señor Pina, que se ha puesto en escena con buen éxito en el teatro de Jovellanos. Verdaderamente el libro aunque agradable y fácilmente versificado, no es muy original, puesto que nos recuerda situaciones que ya hemos visto en otras producciones, sin embargo , el comedimiento de sus chistes y la discreción con que el autor ha realizado su proposito, merecen la benevolencia del público. La música que para esta Gata ha escrito el señor Oudrid es ligera y graciosa y por otra parte sirve de complemento á esta función el aparato escénico con que está exornada, que es lujosísimo y de buen efecto. Las señoras del coro vestidas de pájaras lucen en esta zarzuela su gracia y travesura y ofrecen un espectáculo nuevo que no deja de llamar la atención.

En Novedades se representan obras de circunstancias. El Don Quijote VII tuvo un éxito desgraciado; en cambio el Don Baldomero, obra del señor Vallejo, llena de alusiones política», no carece de gracia y logra atraer una numerosa concurrencia á las localidades do aquel teatro.


ALBUM POETICO.

A UNOS OJOS.

Ojos, que mi alma guardáis
cautiva des que os miré;
¿podré yo saber por qué
con tal rigor me tratáis?

Si que os olvide intentáis
mirándome tan severos,
dejad los enojos fieros
con que matáis despiadados;
que no por mirarme airados
he de cesar de quereros.

          ___

Dejad, ojos peregrinos,
que busque, cual pobre flor,
nueva vida, en el calor
de vuestros rayos divinos.

Del alma sois asesinos;
iras gozaré tanto bien,
ojos, cuando sin desden
os digneis mirarme en calma,
que siento no haber otra alma
para dárosla también.

       ____

Miradme, pues, sin enojos
una vez, ojos serenos,
ó permitid, á lo menos,
que os contemple á mis antojos.

Dejadme, queridos ojos,
que admire vuestros conjuntos;
porque sois fieles trasuntos
del sol que alumbra la esfera,
y es esta la vez primera
que veo dos soles juntos.

          _____

Subyugado ante el poder
de los rayos que lanzáis,
aunque la muerte me dais,
girasol vuestro he de ser.

No amarguéis este placer
mirándome tan severos:
dejad los enojos fieros
con que matáis despiadados;
que no por mirarme airados
he de cesar de quereros.

Luis San Juan.

LA FE DEL AMOR.

NOVELA

por

D. MANUEL FERNANDEZ Y GONZALEZ.

(CONTINUACION.)

      II. 

EN QUE EMPIEZA Á DESARROLLARSE LA VENGANZA DE JUAN

                    EL PINTADO. 

Tal era la situación de algunas de las personas que se encontraban en la salve de Nuestra Señora de Butarque.

¿A qué iba allí Estéban cuando estaba á punto de terminar la salve? Buscaba á doña Eufemia, á la cual no lograba ver nunca en su casa: la vieja se encerraba á piedra y lodo y era inútil llamar.

Doña Eufemia se había quedado absolutamente sola en la casa de la Enramadilla: á causa de la insistencia de Estéban, y de alguna que otra pava que habían pelado los novios, doña Eufemia habia deportado á Elena á Madrid, confiándola al tendero de modas, para el cual trabajaba la joven: la mujer de este industrial era una criatura escelente, y doña Eufemia estaba de todo punto tranquila teniendo á Elena en su casa.

A pesar de esto, y con la autorización de don José y de doña Mariquita, como veremos más adelante, los dos jóvenes se entendían, á despecho de doña Eufemia que los creía completamente separados.

Pero como quiera que Elena fuese menor de edad y se necesitase el consentimiento do doña Eufemia, Estéban procuraba atraerla, desarmarla.

lié aquí por qué, no pudiendo encontrarla en otra parte, Estéban venia a la salve, á la que no faltaba nunca, porque como todas las viejas avaras, era devota.

Estéban estaba irritadísimo contra doña Eufemia, porque ella era el único obstáculo que se oponia á su felicidad.

Aquella tarde iba resuelto á arrostrar por todo y su semblante aparecía nublado, casi fatídico.

Al verle el Caballero, se incorporó y la saludó de muy mala gana : la aborrecía por la sencilla razón de que antes de ir al pueblo Estéban, él estaba en posesión de una gran reputación de sabio: el otro maestro de escuela era un ignorante que no podía, hacerle sombra, y el alcalde y aun el í mismo cura le consultaban en los negocios graves.

Pero desde que Estéban bahía sobrevenido, todo había cambiado: el Caballero se había visto de repente en un lugar muy secundario; no le había quedado influencia con nadie más que en casa del Pintado, y aun asi también, en segundo lugar, porque allí, como en todas partes, el gallito era Estéban.

Y lo que mis irritaba al Caballero, era que el jóven no hacia caso de él, ni aun para despreciarle.

Su odio reconcentrado en su alma hervía, se emponzoñaba y ansiaba una ocasión de vengarse; pero no se alrevia á demostrar á Estéban este ódio de miedo de que usase contra él de la grande influencia que tenia en el pueblo.

—¿Pues? murmuró en voz imperceptible: le han dicho que la otra ha vuelto al pueblo y viene á hacerse el encontradizo: ¡y estos maridos!... parece que ha sido por ellos por quienes ha dicho la Escritura: «tienen ojos y no ven: oidos y no oyen: » y el zanguango hará que su mujer abrace al otro; ¡y sé lo llevaran para que meriende con ellos!

El Caballero se engañaba.

Estéban no sabia ni que Gabriela había vuelto al pueblo, ni por lo tanto que estaba en la salve.

A haberlo sabido, no hubiera ¡do á la ermita, á pesar de lo que le importaba tener una esplícacion decisiva con doña Eufemia.

A poco de llegar Estéban empezó á salir la gente de la ermita.

A la vista del jóven empezaron las murmuraciones, como que todos conocían la historia de los amores de Gabriela y de Estéban.

Se hicieron corrillos.

Era necesario ver el efecto que producía en ellos su encuentro.

Estéban no reparaba en nada.

Esperaba con impaciencia á que saliese doña Eufemia.

Al fin apareció ésta cojeando.

Estéban se dirigió á ella.

Al verle la vieja se detuvo y se puso primero pálida, luego lívida, después verde: tembló toda, y levantando su muleta, dijo:

—¡Todavía! ¿cómo he de decir á usted, vil corruptor de mujeres, libertino infame, que mientras yo viva, mí sobrina no será de usted, y que prefiero verla muerta á casada con un tal pillo?

—¡Doña Eufemia! exclamó el jóven: yo estoy desesperado y usted me obligará á hacer un disparate.

—¡Que oigan todos, todos! ¡que oigan todos! gritó doña Eufemia ! á yo hago á lodo el mundo testigo de lo que este malvado dice! ¡él me amenaza! ¡porque no le quiero dar mi sobrina! ¡á él! ¡al corruptor! ¡al seductor! ¡al inmoral! ¡al condenado! ¡aunque me mate! ¡no! ¡no! ¡no!

La gente había hecho corro: algunos, como que todos eran conocidos, mediaban.

—Yo no he amenazado á usted, doña Eufemia, decía Estéban; pero aunque yo la hubiera amenazado, tendría razón, porque usted me desespera, usted me hace infeliz: y lodo esto no es porque yo sea mejor ni peor, sino porque no quiere usted dar cuenta de su hacienda á su sobrina.

—¿Y qué hacienda tiene mi sobrina? chilló doña Eufemia: ¿dónde están esas tierras? ¿Tal vez en la Insula Barataría? ¡Sí, si! ¡ella dirá como si lo oyese, que es rica! ¡me la ha torcido este bribón! ¡ella que era tan buena! ¡pero ella miente! todo el mundo sabe la miseria en que yo vivo abandonada de todos.

—Por lo mismo, dijo el Pintado que hacia algún tiempo había sobrevenido con su mujer, debía usted casar á su sobrina con mi amigo Estéban , y en vez de estar sola y espuesta á cualquier cosa, tendría Usted dos hijos que la cuidaran: sí los muchachos se quieren, por qué no casarlos: y á mas que Esteban es desinteresado: ¿no es verdad, chiquillo, que si tú te quieres casar con la sobrina de doña Eufemia, es porque la adoras, no porque tenga más ó porque tenga menos?

Estéban no supo qué contestar.

Gabriela estaba delante de él, y olvidada de todo, le miraba de una manera profunda, terrible.

La vieja pasaba su mirada vidriosa del uno al otro de los Ires personajes de este grupo, temblaba toda y sonreía da uua manera sarcástica.

—¡Válgame Dios, don Juan! exclamó dirigiéndose al Pintado: ¡y usted es quien vuelve por este picaro! ¡y usted responde de su moralidad! ¡y usted quiere verle casado! ¡Hace usted bien! ¡Bendito sea Dios, y qué cosas se ven en el mundo!

Y la vieja soltó una carcajada histérica.

El Pintado no perdió ni aun imperceptiblemente su aplomo: de la misma manera que si no hubiese comprendido la intención venenosa de la vieja.

—Señores, dijo ésta dirigiéndose á todos los del pueblo allí presentes: yo declaro que si me sobreviene algún mal, nadie mas que este malvado de Estéban será el causante: acuérdense ustedes.

Y tras estas palabras, se volvió, se puso en marcha, y se encaminó cojeando á la entrada del sendero, que bajo una bóveda de verdura, conducía á la casa de la Enramadilla.

Los grupos se deshicieron, y cada cual emprendió su camino.

El Caballero habia desaparecido.

Se habían quedado solos delante de la ermita Gabriela, Estéban y el Pintado.

Se ponía el sol, y sus últimos rayos enrojecían lo mas alto de las copas de los árboles.

—Buen gusto tienes de oír á esa bruja, Estéban, le dijo el Pintado con el acento más cordial del mundo: debías dejarte de reparos, entenderte con la muchacha, puesto que os queréis, y casarle á despecho de la tia.