Página:La ilustración española y americana 1870.pdf/76

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida

Estéban se sentia mal. Comprendía el efecto que aquella escena debía causar en Gabriela.

Ella había estado apartada del pueblo durante seis meses.

En este tiempo Estéban, que a pesar de sus amores con Elena, no había encontrado amargo continuar los de Gabriela, había ido muchas veces a verla de noche á Alcorcon: Gabriela se creia amada: Gabriela ignoraba que Esteban continuaba en sus amores con Elena.

Aquella era una situación fuertemente penosa.

—Elena es menor de edad, dijo Estéban por decir algo: además, yo no tengo empeño en casarme con ella: es mas bien una obstinación ¡i causa de la negativa de la vieja; pero estoy ya cansado y me rindo: lo abandono: lo dejo: no quiero historias.

—¿Qué dices tú á esto, Gabriela? preguntó el Pintado.

— Don Esteban sabrá lo que tiene que hacerse, contestó ella procurando en vano dar firmeza á su voz.

—¿Pero qué hacemos aqui parados? ¡vamos! ¡vamos! Estéban, ya ves que me he traido á ésta: no podía vivir sin ella: la abuela se ha puesto buena y yo no haré allí falta: volvamos á aquellas buenas noches que pasábamos ¿eh? si no, leerás novelas y versos: al diablo las penas: cásate, chiquillo, tráete la mujer ai pueblo y verás qué bien lo pasamos: tú cenarás con nosotros, ¿no es verdad? yo no te dije ayer nada, de la venida de ésta, porque quería sorprenderle; con que ya estamos en casa; tomaremos el fresco bajo la parra, bebiendo una sangría hecha por ésta, y á las ánimas, cenaremos.

—Gracias, Pintado, dijo Estéban; pero yo no puedo, no tengo apetito; me siento malo y me voy á acostar.

—¡Ah, torpe de mí! exclamó el Pintado, que no me acordaba de que'hoy es sábado; y eso que hemos estado en la salve: con la alegría de tener á ésta otra vez en casa, se me ha ido el santo al cielo: ¿sabes tú, Gabriela, por qué este señorito no puede cenar con sus antiguos amigos? porque le están esperando en Madrid: todos los sábados, en cuanto oscurece, le toma prestado al albéitar el medio birlocho ó carricoche que tiene, se va á Madrid, se pasa por allí el domingo, y no vuelve hasta el lunes por la mañana, antes de que los muchachos entren en la escuela.

—Pues dejamos á cada cual hacer su negocio, dijo la Buena Moza de Alcorcon, que ya había logrado dominarse: vaya usted, don Estéban, vaya usted, no se desespere esa señorita: lugar tendremos de cenar y de leer novelas: vaya, buenas noches.

— Buenas noches, Gabriela, dijo Estéban: yo me alegro mucho de que haya usted vuelto ya, que la salud de la abuela se haya afirmado: buenas noches, Juan, hasta la vista.

Y Estéban escapó.

—Juan, exclamó Gabriela cuando Esteban hubo desaparecido: yo no sé lo que tú intentas: pero te declaro que yo no puedo sufrir el martirio á que quieres sujetarme: mátame y así habré acabado de sufrir.

—¡Acuérdate! dijo con voz ronca el Pintado: ¡acuérdate de lo que me has prometido antes de venir! si no quieres que yo te separe otra vez de tus hijos; ¡si deseas que yo olvide y perdone, obedéceme!

Gabriela se estremeció y entró en la casa.

El Pintado se quedó fuera, cerró el portal, y se dirigió á la carrera á través de los callejones de las huertas.

Llegó al fin á los paredones, entre los cuales habían tenido una entrevista Gabriela v Estéban.

Silbó.

Un bulto se levantó entre los paredones.

Aquel bullo era el de un fraile con la capucha echada sobre la cabeza.

Había oscurecido ya; no bacía luna, aquel lugar aparecía lúgubre y medroso, y con la presencia de aquel fraile que había salido de entre los paredones, aparecía fantástico.

Aquel fraile tenia un bulto que dio al Pintado.

Este le desenvolvió, y aparecía otro hábito que el Piulado se vistió.

—Andando, dijo, y de prisa: es necesario dar un rodeo para que no nos vean y llegar antes que el otro.

—¿Vas bien prevenido? dijo el Caballero que el era, mira que el otro lleva dos pistolas cargadas basta la boca.

—Sus pistolas me las como yo, dijo el Pintado: asi pudiera deshacer lo que ese infame ha hecho: ¡y pensar que yo no puedo ser ya feliz! ¡que no me quede ya mas que vengarme! ¡oye tú, Caballero! ¡que no me andes con cobardías y hagas algo por lo que nos puedan conocer: él es muy listo.

—Descuida, Pintado, descuida, que yo no cometeré ninguna imprudencia: pero vamos claros; si se trata de algo para lo que sea menester fuerza, no cuentes conmigo: yo no valgo nada.

—¡Anda! anda y de prisa, no sea que se nos vaya y perdamos la mejor ocasión del mundo.

Y los dos siguieron marchando casi á la carrera entre los setos de las huertas, y al fin se perdieron entre la sombra y la espesura.

III.

Misterio

Esteban se había ido á la plaza á casa del albéitar.

Este estaba á la puerta de su casa.

Era tal vez, el único amigo sincero que quedaba en el pueblo á Estéban, á pesar de que éste había galanteado de una manera bastante viva á su prima Ursula, que, era una buena mozota, fresca y colorada, y como hecha de manteca, que á la sazón cantaba alegremente en la cocina preparando la cena.

—¿Sabes que no me gusta nada lo que ha sucedido esta tarde en la puerta de la ermita á Estéban? le dijo el tio Loperas.

—Esa mujer es avara y no quiere que su sobrina se case, dijo Estéban.

—¿Pero de veras es rica?

—Ella no: la rica es Elena.

— ¡Rica!

—Sí, tio Loperas, sí: muy rica: en la vida de Elena hay un misterio que ella misma no conoce: ella, cree que no es híja del que pasó por su padre: pero nada puede esplicar, porque todo se reduce, á algunas palabras incoherentes que le dijo al morir, el cirujano comadrón de quien lleva el apellido.

—¡Cirujano comadrón! tal vez es Elena alguna niña que le encargaran.

—Eso es lo que Elena sospecha: pero la agonía no le permitió al pobre hombre hacer á Elena ni una revelación clara ni completa; solo la dijo: «el duque... un depósito sagrado... tu padre... millones...» la agonía le cortó la palabra: además, Elena se ha educado como una señorita; y esa infame la hace trabajar, y depender... aunque es verdad que don José y doña Mariquita son muy buenos y la miran como si fuese su hija.

—¡Duque! ¡millones! esclamó el tio Loperas: ¿y crees tú que esa vieja tenga millones escondidos en la casa de la...

—Millones no: pero mucho dinero sí: Elena me ha dicho que de noche se levantaba, observaba sí Elena dormía ó no: si estaba despierta, fingía que su observación era cuidado por su salud: Elena, escitada por la repetición de estas observaciones, se fingió una noche dormida y vió que la vieja salía del dormitorio recatadamente: poco después Elena oyó un ruido vago y estraño: aplicó el oído y percibid sonido de oro: este sonido leve duró mucho tiempo: al fin doña Eufemia volvió, observó de nuevo sí Elena dormía, y se acostó.

—Pues hijo, me gusta menos lo que ha sucedido esta tarde á la puerta de la ermita: esa mujer ha hecho testigos de que tú la has amenazado.

—Pero eso es falso: yo ni siquiera he pensado en ello.

—No importa, ella lo ha dicho, y ha añadido: «Si me sucede algo nudo, este malvado será el causante.» .

—¿Y qué malo le ha de suceder a esa bruja?

—Estéban: los dos hermanos Pulgas de Carbonera han desaparecido y no se sabe por dónde andan: se cree que sean dos que disfrazados de frailes franciscos con hábitos azules han hecho algunos robos: supongamos que huelen que la vieja de la Enramadilla tiene dinero, y van y la acogotan por robarla.

—¡Bah! nadie sabe que doña Eufemia tiene dinero. Vive miserablemente; ni una sola gallina hay en su corral: ¿á qué han de ir? y si fueran siempre un crimen deja indicios, y estos indicios me salvarían.

—Haz lo que quieras, dijo el albéitar: pero sí á mí me dieran el aviso que yo te doy, estando en tu lugar no lo echaría en saco roto.

—¡Aprensiones! dijo Estéban: pero ya es tarde: la otra me esperará impaciente : vamos a enganchar la yegua.

—Casi casi estaba yo por acompañarle, dijo el tio Loperas.

—¿Y para qué esa incomodidad? dijo Estéban: está tranquilo que no sucederá nada.

—Anda, anda por las pistolas y por el capote, y Dios quiera que se acaben pronto estos viajes: á lo menos en adelante los debes hacer de dia, que tiempo tienes desde que los muchachos salen de la escuela.

Estéban fué á su casa, que estaba inmediata, á proveerse del capote y de las pistolas, y cuando volvió a casa del tío Loperas encontró una yegua vieja, pero fuerte, enganchada á un armatoste de dos, ruedas, que tanto era bombé, como cabriolé, como birlocho: un vehículo que tenia por casualidad el tio Loperas y que le tenia para alquilarlo á veces, á veces para irse de broma con Estéban ó con otro amigo á cualquiera de los pueblos de las inmediaciones.

Estéban montó en aquel mueble, se envolvió las piernas en el capote, porque las noches empezaban á ser frescas, y tomó las riendas.

—Mucho cuidado, Estéban, le dijo el tío Loperas; pueden salirte al camino los Pulgas: si sucede, fuego hijo, fuego, antes eres tú que ellos.

—Descuide usted, tio Loperas, que no sucederá nada, ¡ea! buenas noches y hasta el lunes.

—Hasta el lunes, hijo. Estéban lanzó la yegua que era grande y vigorosa; atravesó el pueblo y salió á la carretera Estaba esta sombria y solitaria.

Los árboles parecían grandes fantasmas siniestros: los campos se perdían en la sombra : las estrellas lucían apenas en un cielo sombrío.

Durante media legua nada aconteció.

Estéban preocupado por los consejos del tio Loperas y por un vago presentimiento, llevaba una pistola en la mano.

Al llegar al mal paso del Arroyo de Butarque, Estéban amartillo la pístola.

En aquel momento de entre la lóbrega espesura salió una voz angustiosa que dijo:

—¡Asesinos! ¡ladrones!

(Se continuará)

M. Fernandez Y Gomzalez.

SOLUCION DEL GER0GLIFIC0.

Acude, corre, vuela,
traspasa el alia sierra, ocupa el llano
no perdones la espuela;
no des paz á la mano;
menea fulminando el hierro insano.
(fb. Luis De Lkon, l'rofeceia del Tajo).


ADVERTENCIA.

Causas independientes de nuestra voluntad nos obligan á aplazar hasta el número próximo la publicación de los grabados relativos al Concilio ecuménico.



MADRID:

IMPRENTA DE GASPAR Y ROIG.

CALLE DEL TUTOR, 13.