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SUCESOS DE PARIS EN FEBRERO.

Es costumbre en las publicaciones ilustradas sacrificar la verdad al interés de los lectores: en Paris sobre todo sucede que á los dos ó tres dias de acaecer un suceso lo reproducen el lápiz y el buril. Los que conocen como se ejecutan estos trabajos saben que un dibujo hecho á conciencia requiere cuatro dias lo menos y ocbo ó diez el grabado. No pudiendo nosotros reproducir con la rapidez de los periódicos estrangeros los sucesos mas importantes, buscamos en la exactitud de los dibujos una compensación del atraso, sobre todo tratándose de asuntos estranjeros.

Hoy ofrecemos tres grabados que representan las escenas mas interesantes de los sucesos que en febrero último alteraron la paz habitual de la ciudad de París.

Nuestros lectores saben lo que sucede en Francia. Después de muchos años de lucha, después de un cambio de dinastia, del triunfo de la república y de las amenazas del socialismo, logró Napoleón, empleando un sistema misto por decirlo asi: esto es planteando el absolutismo en política y un espíritu conciliador bajo el punto de vista social, pacificarla Francia, darle el sosiego necesario para enriquecerse, aumentar su gloria con guerras esteriores.

Todo marchaba bien hasta que la impolítica guerra de Méjico eclipsó la estrella del Emperador: el pueblo que se cansa de todo, dejó de creer en Napoleón, y aprovechando este cansancio los republicanos y socialistas, se agitaron obligando al tirano, como ellos llaman á los soberanos, á liberalizarse.

A la sombra de esta libertad se han exacerbado las pasiones y ellos han traído los sucesos que las personas sensatas lamentan. No faltan maliciosos que atribuyen al gobierno francés el papel de instigador de estas escenas para que las clases conservadoras puedan hacer comparaciones entre la época del gobierno personal de Napoleón y la actual del gobierno cuasi-representativo.

Pero á nosotros no nos incumbe entrar en estas investigaciones: bástanos deplorar esas escenas que alteran la marcha naturalmente progresiva del trabajo, de la industria y del comercio, agentes los mas poderosos y eficaces de la verdadera civilización.

Los grabados que publicamos inspiran ideas como las que emitimos. Representa uno de ellos el momento en que la policía prende á Rochefort el héroe de las jornadas de febrero. Autorizado el tribunal por la cámara para procesarle, envía agentes á prenderle al sitio en donde le aguarda el populacho para embriagarse con sus palabras y animarse á la rebelión. La agitación que reina en torno del lugar escogido para su arresto, es grande.

Poco después circula la noticia de su prisión, los redactores de la Marsellesa, los demagogos agitan al pueblo, le azuzan, le irritan y el órden se altera, los gritos subversivos resuenan en Paris, se forman barricadas, la osa de un armero es saqueado, todo anuncia una lucha fratricida.

Otro de los grabados representa á Mr. Flourens, uno de los mas ardientes demagogos, capitaneando á los insurrectos en la barricada que con ómnibus y otros objetos improvisaron á la entrada del faubourg del Temple. Desde ella los animaba, pero la carga de caballería que representa el tercer grabado, le obligó á retirarse.

El tercer grabado da una idea del aspecto que ofrecía la plaza del Chateau d'Eau, el día 9 de febrero á las nueve de la noche.

En dicha plaza está situado el cuartel del Príncipe Eugenio, y se hallan también los Almacenes reunidos, grandioso establecimiento comercial.

Numerosos grupos de hombres del pueblo formaban masas compactas en las aceras del boulevard frente al fabourg del Temple.

Las tiendas se habían cerrado, de cuando en cuando sobresalían sobre el murmullo de los animados conversaciones y gritos desaforados. Delante del edificio de los Almacenes reunidos se hállala un destacamento de trescientos sergents de ville o sea agentes de órden público. Delante de ellos aparecía un tambor de la guardia de París y varios jueces de paz sin uniforme, estaban confundidos entre estas fuerzas.

Apenas se pusieron en movimiento, hubo una gran agitación. Poco después aumentó la conflagración una brigada de municipales de caballería, la cual para despejar el terreno cargó contra los alborotadores.

Triste espectáculo, pero elocuente para recordará los pueblos honrados y laboriosos quienes son los que los arrastran á cometer escesos para no conseguir mas que derribar á unos y encumbrar á otros, á quienes á su vez derribará, porque todavía no hay un ejemplo de que la ambición triunfante de algunos hombres haya hecho la felicidad de las naciones.

Juan De Madrid


VISITA DEL PREFECTO DE LYON
Á DON CÁRLOS DE BORBON Y ESTE.

No hace mucho que el telégrafo comunicó al gobierno la noticia de que las autoridades francesas habían notificado á don Carlos de Borbon y Este que no podia permanecer en Lyon ni avanzar hácia la frontera española. Posteriormente se han sabido pormenores de este suceso, y de ellos resulta que, hallándose don Carlos en un hotel de Lyon acompañado de dos príncipes alemanes y de algunos personajes de los que figuran en el partido legitimista, recibió la visita del prefecto de la ciudad quien entregó á don Carlos de parte del gobierno imperial una comunicación manifestándole los motivos que tenia para no permitir su estancia en en Lyon ni en su paso hácia la frontera.

Don Cárlos, rodeado de los príncipes alemanes y de algunos de sus servidores, recibió al prefecto en el hotel, y esta escena de actualidad y de interés para los españoles, lo mismo favorables que hostiles á la causa legitimista, es la que reproducimos en un grabado, copiado de un croquis que al efecto se Dos ha remitido de Lyon.



EL CID CAMPEADOR.
AL EMINENTE ARTISTA DON JOSE DE MENDEZ.
I.

Muchas veces, amigo mió, habrá usted contemplado la bella ciudad de Búrgos, la orgullosa Caput Castellæ, desde la cumbre del alto cerro que á su espalda se levanta, y cuyas anchas colinas la ciñen por completo de Norte á Oriente.

Por en medio de una vega pintoresca, y parecido á una cinta de plata que se extiende sobre el verde follaje, camina el Arlanzon histórico, que baja despeñándose por la inmediata sierra de Oca; á cada lado de sus riberas se alzan magníficos edificios, de esbeltas formas y risueños colores los modernos, de severos pilares ó caprichosos detalles los antiguos—como las lindas manzanas de casas que unen la antiquísima muralla de los Cubos con el memorable puente de las Viudas; como el arco triunfal de Santa María ó la aérea espadaña del convento de San Pablo.

Escrita en su recinto, con páginas de piedra, la historia de la patria, observa el curioso inapreciables reliquias de las construcciones romanas en las alturas de San Miguel y de San Quirce; bizantinos arcos hay en el suntuoso hospital del Rey y en la célebre abadía de las Huelgas, cuyas torres aparecen también coronadas de morunos adarves y ceñidas de menuda crestería; árabes son, quizás del primer período, los solitarios arcos de San Martín y San Estéban; brilla el arte gótico con todo su esplendor y riqueza en la renombrada Cartuja de Miraflores, sepulcro de don Juan II, el rey poeta, mandada construir por la incomparable Isabel la Católica, y en el magnífico monasterio de Frendesval, saqueado en 1808, devastado y profanado en 1835, casi reducido á escombros en 1840, con mengua de la decantada civilización de nuestros dias.

Allí se ven aún, en la cima de escarpada montaña, algunos viejos paredones, agrietados muros y ferrados postigos, restos venerables del soberbio alcázar de los condes y reyes de Castilla, fundado en el siglo X por el victorioso Fernan-Gonzalez y volado por las tropas francesas del usurpador José Napoleón, á las cuatro de la mañana del 13 de Junio de 1813 [1]. Poco resta ya de aquel altivo baluarte, mudo testigo de tantas glorias y de tantas grandezas, donde se albergaron muchas veces los Cides y los Alfonsos, la gran Berenguela y el santo conquistador de Córdoba, los Reyes Católicos y el vencedor en Cerígnola, el duque de Alba y don Juan de Austria, Felipe V y el príncipe de Saboya; por tierra yacen aquellas espléndidas mansiones «artesonadas e labradas como cosa de maravilla, ca non parescen fechas por manos de omes mortales,» según el juicio de un historiador antiguo, donde lloraron su libertad perdida el rey de Navarra Don García el Trémulo, el infortunado príncipe don Jaime de Napóles, el revoltoso conde don Fadrique de Benavente, el desgraciado don Alvaro de Luna, los bravos comuneros don Juan de Mendoza y don Juan de Figueroa; donde Alfonso X, el Sábio, hacia morir al infante don Enrique ¡Sancho IV, el Bravo, mandaba asesinar al príncipe don Juan y á don Felipe de Castro; Pedro I, el Cruel, hacía dar muerte, ó la daba él mismo, á Garcilaso de la Vega, Juan Fernandez de Tovar y demás ilustres compañeros de desgracia.

Dominándolo todo, a semejanza de los altos cedros que sacuden su espesa cabellera en el seno de las nubes, descuellan las afiligranadas agujas, como dice el vulgo, de la gran basílica: obra de ángeles, según Felipe II; joya inestimable que debiera estar cubierta de finísimos encajes, en sentir de Cárlos I; memoria imperecedera de la religiosidad é ilustración de los ultrajados tiempos de la Edad Media.

Tal es Búrgos, Caput Castellae, cuna de reyes y de héroes, museo predilecto de las bellezas artísticas que nos legaron los pasados siglos, «donde el gusto y la elegancia de aquella mal comprendida época, dice el sabio arqueólogo M. Bossarte, han sacudido sus alas cubiertas de aljófar y »pedrería, para dejar inundado de tesoros el suelo querido de los Fernandos é Isabeles.»

II.

Y usted, amigo mió, no se habrá olvidado de visitar un sencillo monumento que existe aún en la nobilísima Búrgos, á muy pocos metros de la morisca puerta de San Martin.

Solar Del Cid se llama [2]: aquellas pobres y solitarias piedras señalan el lugar que ocupó la solariega casa del esclarecido Ruy Diaz, el Cid.

¡El Cid!—Esto es: el tipo del hidalgo castellano, bravo entre los bravos, noble y caballero; el héroe de las trovas populares, la desesperación de la historia, el sarcasmo de la crítica.

A fines del siglo pasado, el Rdo. P. Maestro Fr. Manuel Risco, heredero de las glorias de Florez y continuador de la España Sagrada, esa obra portentosa de erudición y laboriosidad que no tiene rival en su género, en nación alguna del mundo, exclamó regocijado:

»Tengo la mayor complacencia y satisfacción en ofrecer á »mis amados compatriotas y á toda la república de los literatos las más apreciables memorias y el más insigne monumento desconocido á los escritores que florecieron desde el siglo XIII hasta nuestros dias [3]

Este monumento era sencillamente una historia fiel, así lo creyó el P. Risco, del Cid Campeador, el Mió Cid, como le llama la Crónica general de España, descubierta por el infatigable bibliógrafo en los empolvados archivos de San Isidro de León, y publicada luego por él mismo con este epígrafe: La Castilla y el más famoso castellano [4].

Nunca tal hiciera, amigo mió.

El cáustico Masdeu, jesuíta, un tanto volteriano y más que mucho escéptico, que se complace en desmenuzar uno por uno, con acerada pénola y finísima sonrisa, los fundamentos mas sólidos de las glorias pátrias, las tradiciones mas arraigadas; que titubea en dar asenso á la existencia del gran Pelayo, desconoce la popular figura de Bernardo del Carpió, reduce á la nulidad, o poco menos, los triunfos de Auseba y de Clavijo, desvirtúa los hechos del magnánimo Fernan-Gonzalez; Masdeu, repito, emplea la miseria de doscientas veinticuatro páginas [5], en refutar con verdadero deleite la novísima historia leonesa, exhumada por el inteligente Risco, llama á este «bobalicón» y «buen fraile agustiniano.» le dice sin empacho que dá muestras de tener «muy anchas creederas,» y concluye, en resumen, con los párrafos que al pie de la letra copio:

«No tenemos del famoso Cid ni una sola noticia que sea segura ó fundada, ó merezca lugar en las memorias de nuestra nación.... habiendo examinado la materia tan prolijamente, juzgo deber... confesar que de Rodrigo Diaz, el «Campeador.... nada absolutamente sabemos con probabilidad, ni aun su mismo ser y existencia [6]

Imagínese usted la chamusquina, y permítame la palabra, que levantarían estas audaces afirmaciones.

Murió el sabio Risco sin llegar á conocerlas: hallándose en Roma, súpolo Masdeu; ratificóse en lo que había dicho, y lanzó este reto al continuador de la España Sagrada.

«Ninguna cosa deseaba yo tanto como que llegase á sus «manos (á las de Risco) esta mí censura.... para que leyéndola el P. M. ó se desengañase con ella.... ó bien notificase »al público los nuevos motivos que tuviese para creer anti-

  1. Vease la Gaceta de Madrid del 18 de Junio de 1813.
  2. Véase el grabado que le representa: copia del natural remitida por don Luis Martínez de Velasco.
  3. La Castilla y el mas famoso Castellano... Historia del célebre Rodrigo Dias, llamado vulgarmente el Cid Campeador, por el P. Mro. Fr. Manuel Risco (Madrid, 1792), prólogo, pag. VII.—Me tomo la libertad de hacer presente al Ministro de Fomento que esta preciosa obra, tan prodigada por la Dirección de Instrucción Pública para las bibliotecas populares, no consta en la Nacional ni en la de San Isidro: a mi, por lo menos, no se me ha facilitado en ninguna de las dos.
  4. Véase la nota anterior.
  5. Historia critica de España y de la cultura española, por don Juan Francisco Masdeu, t. XX ¡Madrid. 1805), Ilustración II, pag. 147 a 371.
  6. Historia critica, etc., pag. 370.