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LA ILUSTRACION IBÉRICA 51


ciertamente Paul Boudry la audacia tintorettesca de Eugenio Delacroix, ni se vela en sus obras la monumental grandeza de las de Puvis de Chavannes, pero ganábales á ambos en severidad de dibujo, en armonioso colorido y en modernismo, esto es, en la facultad de inspirarse más que ellos en las pasiones y aspiraciones contemporáneas.

Paul Baudry era vendeano, nacido de humildísima familia, y deja infinidad de obras esparcidas por diversos monumentos públicos de Paris, como el palacio de Luxemburgo, el Panteón, la Grande Opera, etc.; existiendo también algunas en el castillo de Chantilly y en casa de Vanderbilt, de Nueva-York.

CDLLKRCOiTS: El. DESOAROADBRO

Pocas localidades habrá en Inglaterra más desconocidas de la generalidad al par que más frecuentadas por los artistas que esa aldehuela de pescadores, asentada en la costa del Northumberland, á una milla de la desembocadura del Tyne y colgada en la punta de un banco de rocas batidas sin cesar por las olas del triste Mar del Norte. Por el dibujo que damos hoy de uno de los paisajes que rodean la citada aldea podrá venirse en conocimiento de lo pintoresco que es aquel lugar, tau cuerdamente explotado por los marinistas.

COMO EL PEZ EN EL AGUA

Cuadro de Ferrandiz, fxisUnte en el Museo Nacional

Dibujo de P. y Valor

Nunca fuera caballero
de damas tan bien servido
como fuera Lanzarote
cuando de Bretaña vino;
doncellas curaban dél,
princesas de su rocino,

debía repetir para su sotana, haciendo las oportunns varian- tes, el buen padre acabado de llegar al Parador del Amor de Dios.

El insigne y malogrado Ferrandiz figuró esa escena, tan picaresca y española, en tiempos ya pasados, pero todavía resultarla exacta dándole carácter contemporáneo.

PUENTE DE BADAJOZ

Llamado también el Puente de las Palmas, y de fábrica romana, lo mismo que el de Alcántara, de Toledo, es una espléndida obra de granito, contando 37 arcos, bajo los cuales corre majestuosamente el Guadiana.

HOMERO, CIEGO Y POBRE, CONSOLÁNDOSE CON SUS CANTOS

Bajo relieve de Harry Bules

Esta obra se recomienda por su composición bellísima y por su carácter decorativo, refinadamente espiritual. Cada figura expresa intensamente la emoción de que está agitado el personaje; vése en Homero al desgraciado poeta, privado de la luz y sumido en la miseria, mientras que el hermoso grupo que le escucha queda arrobado al dulce son de su lira. Hay mucha alma en esa obra, ajena enteramente á las archi- cursis tradiciones del clasicismo.

Lucrecia

Cuadro de Lorenzo Lotto

Este autor, que floreció en Veuecia en la primera mitad del siglo XVI, fué el que más fielmente conservó las tradicio- nes de la cálida manera del Giorgione La dama figurada en ese lienzo es, sin embargo, lombarda, por su tipo y por el traje, pudiendo calificársela de marimacho á no ser tan her- moso su semblaute. En cuanto á su personalidad es un mis- terio, pero un mistirio trágico, quizás, pues algo significa tener en la mano una pintura representando á Lucrei'ia, des- nuda, en el acto de darse la muerte para no sobrevivir á su deshonra, de lo cual le viene llamarse la Lucrecia á ese cua- dro. Añadamos, para acabar de poner los puntos sobre las Íes, que en el original puede leerse en el papel que está sobre la mesa; «Nec ulla Lucretia impúdica exemplo vivet,» cosa que no tiene malicia, que digamos...

Consérvase este cuadro en la galería de Dorchester (Londres).

LOS VIEJECIT08 ES CASA

Cuadro de Carl Gussow

Linda escena, á pesar de la avanzada edad de los prota- gonistas. También tiene la vejez su poesía, registrándose en el arte numerosas obras inspiradas en el tierno afecto de los vi'jccilos, desde Filemon y Baucis hasta el gracioso idilio casero representado por Gusst.w.

M>TR NA ROM«N»

Cuadro de Amas C iisioli. — DiVJo de R. Camins

Las fisuras y la composición d esa obra s< n cirrlamente mtiv RgrMd^t.les y sinipalif-Hs, pero no se ve que ostt nten el sello de arcaísmo que debieran. Con todo, importa poco el título; es nn cuadro llamativo, y la señora y sus fimulas son todas unas arrogantei matronas, á pesar de su aire, más de ciudadanas de la Roma sdegnota, con sus bulevares, tranvías y luz eléctrica, de que se queja el pintor Humbert, que no de la Roma republicana ó imperial.

EL ORÁCULO

Cuadro de Waterhouse

Este cuadro pertenece al género sensacionista, 6 para explicarnos en cristiano, al que obtiene siempre el aplauso popular por la viva imprísión que | reduce á primera vi-ta, estando al alcance de la compiínsión del vu'go. Es obra verdaderamente notable y pinti-da con escrupulosa exactitud en los pormenores y gran conocimiei to del juego de las fiso- nomías, habiéndole prop< rcioLado á WalerLouse uno de sus mas justos y ruidosos triunfos.


¿Á QUÉ SABEN LOS BESOS?

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¿A qué saben los besos?— ayer me preguntaba
una hechicera niña, — de virgen corazón,
y mientras anhelante,- — su vista en mi clavaba
así yo la decía, — colmando su ilusión:
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Saben, á lo que sabe,- — gozar en el misterio
oyendo las promesas, — de amor de una beldad;
saben á lo que sabe, — tras duro cautiverio,
gozar por fin sin trabas, — la ansiada libertad.
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Al jugo que de flores, — extrae la mariposa,
al gozo en que se tornan, — los días de dolor;
¡El beso es en los labios, — de una mujer hermosa
la gota del rocío, — temblando en una flor!

Saben, á lo que saben, — los soplos de la brisa
que agitan suavemente, — las olas en el mar;
saben, á lo que sabe, — tener una sonrisa
cuando están ya los ojos, — cansados de llorar.
 
A oír contar medrosas, — patrañas y consejas
del duende ó del fantasma, — que vaga aterrador,
saben, á lo que sabe, — la miel de las abejas;
los goces de la dicha, — los frutos del amor.
 
Saben á lo que sabe, — la gloria tras la lucha;
la calma venturosa, — tras loco frenesí...
Así saben los besos, — pero, mi bien, escucha:
¡no se los des á nadie!... — (¡á nadie más que á mí!)

José Borras.

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LA FUENTE DE LOS CURRUTACOS

(continuación)

LA FUENTE

Del mismo modo que existe en Madrid la calle de Preciados, que según cuenta la fama, era en donde vivían los más rumbosos caballeros de la corte, existía en la villa de N... La fuente de Ion currutacos, que era el punto de cita, por las tardes, de los currutacos más aristocráticos, como lo era por la noche de todos los galanes de faja en cinto y de baja estofa.

La visitada como ensalzada fuente se elevaba al pié de los muros de la villa, y estaba dotada de cinco caños que prodigaban fresca, abundante y cristalina agua que abría el apetito y que áun ayudaba á la digestión. Junto á ella se extendía un abrevadero y en derredor anchos y duros canapés de piedra, sombreados por altos y pomposos álamos, donde gorjeaban pintadas Y canoras avecillas; álamos que con su bóveda de follaje prestaban apacibles y perfumadas sombras á los dichosos mortales que cuotidianamente, como decían en el pueblo, se reunían en amena sociedad.

Allí entre dos luces se citaban alegres y afanosas las doncellas de la villa y en aquel sitio el amor plantaba sus reales y la noche prodigaba sus sensuales y voluptuosas sombras á las amarteladas parejas. Allí se repartían anises, se probaba el agua, se retozaba, se charlaba, se cantaba y se adoraba. Allí los currutacos iban en busca de novia y las doncellitas de galán. Allí era el cielo de las guapas mozas y el infierno de aquellas á quienes la naturaleza las había negado sus encantos. Allí los currutacos enseñaban á su manera el catecismo del amor y de allí se pasaba la generalidad de las veces á la vicaria y de la vicaria... al cielo del himeneo, á la glo- ria de las glorias para aquellos que se amaban y se casaban á impulsos del pícaro corazón.

De aquella fuente nacían todas las serenatas amorosas, todas las pendencias, todas las intrigas, todos los celos y recelos, todos los disgustos, todos los líos, todos los bromazos de mal género en carnaval, todas las comilonas campestres entre currutacos y doncellas y todos aquellos enredos más ó menos subiditos de color que constituían la muy non sancta novela aristocrática y popular de aquella bendita tierra.

Una apacible tarde del mes de Setiembre, que suelen ser más que deliciosas en la florida vega murciana, formaban amigable tertulia, como de costumbre, el reverendo padre Nolasco, el señor boticario, el señor licenciado en medicina, el señor notario de rentas y un comandante de marina retirado, que había perdido la pierna derecha en el combate de Trafalgar.

Aquellos ilustres varones después de conferenciar largamente tocante á la política algún tanto liberal iniciada por el Príncipe de la Paz, llevaron la conversación sobre las últimas conquistas llevadas á cabo por Bonaparte, comentando sus hazañas como si fueran las de un semi Dios.

De pronto el boticario, que era un célibe camastrón con ojos de águila y garras de milano, exclamó con alborozo:

—¡La viudita! ¡la viudita!

Don Leandro se puso colorado como un tomate, levantóse precipitadamente de su asiento y articuló con cierta mal reprimida vehemencia:

—Sí ¡es ella! ¡es ella! — añadiendo por lo bajo:

—Parece la diosa de la tarde montada en el caballo del sol.

Doña María Luisa, modestamente ataviada, ostentando en la cabeza un abultado gorro, el ridículo en el brazo, el látigo en la diestra, montada en una soberbia mula que no la hubiera rechazado el padre guardián, y acompañada de un mozo de labranza de ligero pié que hacía las veces de escudero, se presentó en la plazuela de la fuente.

Todos los currutacos, sombrero en mano incluso el padre Nolasco, corrieron á su encuentro.

—Buenas tardes, señores, — murmuró la damita; — cúbranse sus mercedes y sírvanse hacerse á un lado, que la bribonzuela mula ha visto la fuente y si no procuro complacerla mucho me temo que no dé con mi cuerpo en tierra.

—Para algo nos dio el Señor los brazos, — manifestó don Leandro abriendo sus remos.

— Gracias, doctor, — articuló la viudita. — Es su merced el prototipo de la galantería con espada y casacón.

El arriero tomó por la rienda la rolliza mula y la condujo al abrevadero.

—¿A dónde vamos gentil amazona? — preguntó el fraile acariciando el lomo de la mula.

—A la granja, si su paternidad no manda lo contrario. Se acerca mi santo y he de disponerlo todo para la fiesta. Inútil es decirles que espero que todos Vdes. la honrarán con su presencia.

Todos los currutacos inclinaron la cabeza en señal de asentimiento. —Tendremos especial gusto en ello, — se apresuró á manifestar don Leandro.

La dama mordióse el labio para ahogar la risa que retozaba en su boca y dijo después de una breve pausa:

— La invitación se hace extensiva á toda la la familia. Presumo que no me privará V. del placer de abrazar á doña Cándida.

El golilla palideció. El no había ni remotamente pensado en acudir á la fiesta con su cara mitad.

La mula agitó la cabeza, giró sobre sus herraduras y se puso en marcha.