rasgo de la memoria musical, para la que lo nuevo se escucha, como si ya se hubiese escuchado otra vez. Mas también importa la tarea de la conciencia musical, motivo no platónico de Proust. Con mucha precaución, declara el narrador, que Vinteuil parece haberse aproximado a la "patria desconocida” en sus últimas obras. La atmósfera es diferente con respecto a la sonata, las frases interrogativas más apremiantes, más inquietantes, las respuestas más enigmáticas y la influencia parece notarse hasta en las cuerdas de los instrumentos. El violín de Morel, no obstante que éste tocaba muy bien, producía sonidos chillones, que podían chocar porque denotaban una superioridad intelectual y moral. Cuando una revolución artística depura la visión del universo, ésta resulta más adecuada al "recuerdo de la patria interior", y esto produce en el músico una alteración de la sonoridad. Y el público más inteligente no se equivoca en esto, pues las últimas obras de Vinteuil, sin programa alguno como los que se reciben en los poemas sinfónicos, o en alguna sinfonía programática, fueron consideradas como las más profundas, como una transposición de la profundidad en el mundo sonoro. Es decir que, para Proust, es el despojamiento y la adecuación de la música a la profundidad del espíritu y de su constituir el universo, lo que produce una mayor transparencia y recuerdo de la patria desconocida, llamada ahora interior, es decir del propio espíritu. Pero si los músicos no se acuerdan de su patria espiritual desconocida, "todos permanecen siempre inconscientemente armonizados al unísono con ella en cierto modo" (V, 276-277), (Ill, 257). La alegría, que huye de la gloria y el canto singular del músico, "cuya monotonía demuestra en el músico la fijeza de los elementos que componen su alma" (V, 277), (Ill, 257), son las manifestaciones de esa armonía inconsciente entre músico y patria espiritual. La profundidad musical se liga aquí a los elementos permanentes del alma, que en expresiones aparente- mente monótonas alcanzarían y mantendrían la fijeza del alma, tan difícil de procurar por Ia sucesión de impresiones musicales, pero aspiración proustiana que puede ligarse a Ia constancia de las preguntas y de las respuestas metafísicas. Pues, de obtenerse una mayor claridad en este terreno, tendría que provenir de la música. Como se advierte, hay en esta armonía inconsciente y espiritual, que los-artistas encuentran necesariamente, resonancias de Leibniz"‘9. Sigue un párrafo, que anticipa claramente la estética de la matinée G uernantes 114 vimos, la acción del tiempo, en la forma del olvido. Pero también fortalece ese otro
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