descubierto un punto común. Pero me he preguntado a veces si el último de todos no sería aquel hombrecito muy parecido a otro que el óptico de Combray puso en su escaparate para indicar el tiempo que hacia y que, quitándose la capucha cuando hacía sol, se la volvía a poner cuando iba a llover. Conozco el egoísmo de este hombrecito: ya puedo sufrir una crisis de asma que solo calmaría la venida de |_a lluvia, a él le tiene sin cuidado, y a las primeras gotas tan impacien- temente esperadas pierde su alegría y se baja la capucha mal humorado. En cambio, estoy seguro de que en mi agonía, cuando hayan muerto ya todos mis otros "yo", si sale un rayo de sol mientras yo lanzo el último suspiro, el personajillo barométrico se sentirá tan a gusto y se quitará la capucha para cantar: ”!Ah por fin hace bueno!” (V, 10-11), (Ill, 12). que sólo es feliz cuando, entre dos obras, entre dos sensaciones, ha Combray, al medir cambios de la temperatura y fenómenos atmosféricos, establece sucesión inevitable, devenir temporal. De allí que, si este personaje, el que representa Iatemporalidad de la condición del hombre, es el último y más profunfo yo, nada sea posible sin el tiempo, tampoco Io extratemporal y la música que Io anuncia. Este darse de lo extratemporal, del tiempo en estado puro, necesariamente en el tiempo y en un arte temporal, que es un devenir de sonidos, nos revela por qué la incógnita que plantea la música deVinteui|, nunca se despeja totalmente. La realidad de la música, preocupación de Swann y del héroe, no puede darse sin Io extratemporal, pero lo extratemporal sólo puede manifestarse en relación con el modo del ser humano en el tiempo. Descubrimos el mensaje musical del tiempo en estado puro y nos liberamos del tiempo destructor, solamente desde nuestra temporalidad. Esta conclusión llevará en el próximo capítulo a encarar la cuestión de Ia realidad del arte y la de la reflexión del arte sobre s‘í mismo. í El barómetro, que ya desempeñaba su papel en Ia familia del héroe en 76
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