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LA MAESTRA NORMAL


mucho, sí señor. La Rioja, a pesar de su pobreza, se enorgullecía de su buena sociedad. ¡La gente era tan bondadosa, tan sencilla! Nada de estiramientos como en Buenos Aires. Había mucha obsequiosidad con los forasteros y un gran atractivo para un caballero como el señor Solís: las muchachas. Eran todas muy donosas, simpáticas, instruídas. Pero ya vería el caballero, ya las iría conociendo poco a poco.

Solís declaró que un pueblo así sería encantador.

—¡Encantador!—exclamó doña Crípula riendo a borbollones.

—¿Y hay fiestas, entretenimientos?

—¡Una barbaridad, una barbaridad!—decía la patrona. Y abría los brazos como abarcando la cantidad de los entretenimientos.

—El carnaval—agregó—estuvo soberbio.

Era una pena, una verdadera pena, que el caballero no hubiera llegado unos días antes. Ahora, cierto, venía la Semana Santa; pero no era tan divertida como el carnaval. ¡Qué máscaras, qué bromas, qué bailes! Una esplendidez. Estaba segurísima de que en Buenos Aires no estuvo mejor. Solís reconoció que en Buenos Aires el carnaval había fracasado. Fué una fiesta populachera, vulgar, antipática.

—¿No ve? Lo que yo siempre digo. ¡Si aquí no tenemos tanto que envidiar!

Se lo contaría al señor Galiani. ¿No conocía el caballero al señor Galiani? Solís dijo que no, lo cual pareció abismar de asombro a doña Críspula. ¿Era posible que no lo conociera, siendo él también de Buenos Aires? ¿Ni siquiera de nombre? Solís tuvo que asentir en que de nombre, efectivamente, algo lo conocía.

—¡Ya decía yo!

Solís quiso saber por qué le contaría al señor Galiani su opinión sobre el carnaval de Buenos Aires. Doña Críspula explicó. Era porque el señor Galiani hablaba muy mal del pueblo.

—No nos quiere nada. Pero eso sí, es muy buena persona el señor Galiani. Rico, simpático, bien educado...